Un nuevo relato de terror para este ciclo de Halloween lleva por título La ruta, y su autor es Víctor Iglesias Stiles, de 3ºC de ESO, que nos adentra en un camino donde hay una extraña mujer de la que habría que mantenerse alejado…
LA RUTA
por Víctor Iglesias Stiles
Era una mañana de verano en la que parte de los compañeros de clase decidimos ir a merendar al río de un pueblo cercano, Villar de Otero, de apenas cincuenta habitantes.
Apenas llevábamos recorrido un kilómetro cuando, agotados por el calor, decidimos darnos un descanso, y fue cuando Andrea, una chica que conocía bien la zona ya que su abuela residía en Villar de Otero, nos dijo que conocía una ruta alternativa que cruzaba la montaña y nos recortaría una hora de camino; además se avecinaba una tormenta que no tenía muy buena pinta.
Ninguno nos opusimos a la propuesta de Andrea salvo Pablo, un compañero que nos advirtió de que no era muy buena idea ya que allí no habría cobertura y la tormenta se nos venía encima.
Nadie hizo caso a Pablo y nos salimos de la carretera para meternos de lleno en un estrecho camino que bajaba montaña abajo.
Los truenos sonaban cada vez más cerca y Andrea, que había tomado el control del grupo, aceleró el paso y se le notaba nerviosa.
A medida que bajábamos la cobertura disminuía hasta llegar a ser nula. Fue entonces cuando me di cuenta de que algo no iba bien y de que me tenía que haber quedado en casa.
Llegamos al punto más bajo de aquel siniestro sendero donde había un puente que cruzaba un arroyo.
Fue entonces cuando Pablo se sobresaltó y nos dijo que se volvía a casa. Todos intentamos convencerle pero no fue posible, cuando ya echó a caminar se oyó una voz que dijo:
-Yo en tu lugar no haría eso…
Todos nos dimos la vuelta: había sido Andrea la que había soltado esas palabras tenebrosas.
Andrea nos contó una historia aterradora sobre esa ruta: nos dijo que era un antiguo paso entre montaña muy transitado que se cerró por la muerte de una mujer, que cayó ladera abajo y de la que no se supo nada. Desde entonces la ruta dejó de usarse porque había personas que aseguraban oír gritos de auxilio de una mujer.
A todos nos recorrió un escalofrío y Pablo rectificó sobre su idea de dar la vuelta por donde habíamos venido.
Seguimos adelante ignorado la historia y llegamos a Villar de Otero sin mayor problema. Todos nos olvidamos de la historia hasta que llegó la hora de volver a casa.
Parte del grupo se quedó a dormir en el pueblo pero Pablo y yo teníamos que volver a casa porque nuestros padres no nos dejaban dormir allí.
El sol empezaba a ponerse y nos dijeron que les prometiéramos que volveríamos por la carretera y no por la ruta por la que habíamos venido o no nos dejarían irnos.
Nosotros aceptamos y partimos rumbo a casa. Cuando pasamos frente a la bifurcación donde se entraba a aquel camino que nos habían prohibido tomar, Pablo dijo:
-¿Vamos?
-No, es muy peligroso, está haciéndose de noche y no me da muy buena espina.
-Tú haz lo que quieras pero yo si voy, mis padres me esperan y llego tarde.
-Está bien, pero nos damos prisa, que no quiero que la noche nos pille en ese camino.
Giramos hacia la ruta y avanzamos con paso ligero, la tormenta nos pilló de lleno y nos llovió como si de un diluvio se tratase.
Cuando ya llevábamos un buen rato de camino, tomamos una curva y vimos algo que me heló completamente. En el horizonte había una mujer, una mujer con una mochila a la espalda, que caminaba muy despacio, con los brazos flácidos y tambaleándose.
Pablo y yo nos miramos y compartimos la misma mirada de pánico.
Cada vez llovía más y ya era prácticamente de noche.
Decidimos aminorar la marcha y dejar que se alejase y no nos acercamos nada hacia aquella mujer tan aterradora.
Cuando la perdimos de vista echamos a correr, correr como nunca habíamos corrido; cuando parecía que estábamos saliendo de aquel camino infernal me caí, perdí el conocimiento.
Cuando desperté era noche cerrada, miré mi móvil y eran las 10:00 p.m. y Pablo…, Pablo no estaba.
Sólo quería salir de allí, me levanté y caminé cojeando hacia la carretera.
Cuando llegué a casa me encontré a mis padres preocupadísimos y llorando.
Nos abrazamos y les dije:
-¿Y Pablo? ¿Ha llegado?
-No, han venido sus padres a preguntar por él.
Buscaron a Pablo durante meses, años, y no hubo rastro de él. Se cerró esa ruta con piedras y tierra y ahora nadie se atreve a cruzar la montaña por allí, porque dicen que se oyen gritos de auxilio de una mujer… y de un niño.
CONTINUARA…