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Blog Colegio San José - Espinardo

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Archivos para noviembre 2017

Ciclo de Halloween / Cuentos de terror: El camino de bolas blancas

4 noviembre, 2017 by José Eduardo

Otro relato que continua este ciclo de Halloween es el de Mireia Fuentes Quereda, de 4ºB de ESO: bajo el título de El camino de bolas blancas, nos sumerje en la mente de un niño cuyo mundo interior lo arrastra al terror y a la soledad…

EL CAMINO DE BOLAS BLANCAS

por Mireia Fuentes Quereda

Siempre he sido un niño muy reservado, no me gusta relacionarme con gente de mi edad. Mi familia se piensa que tengo un problema pero ¿qué mejor que estar con uno mismo y escuchar lo que te dice tu cabeza? Mi madre estaba preocupada por mí pero yo estaba bien, aunque no entendía por qué hablaba solo o me encerraba en mi habitación a hablar con la pared, ¡ja! Si ella supiera… Pues bien, no paraban de insistir durante todo el año en apuntarme a un campamento para hacer amigos, pensé que sería una buena idea para desconectar mi mente y, lo más importante, para saber lo que quería Phoebe. El campamento duraba un mes, con muchísimas actividades, tanto deportivas como intelectuales, pero lo que más me apasiona es la noche, la oscuridad, leyendas de terror e imaginar a criaturas monstruosas rondando por tu cabeza e incluso alrededor de ti. El primer día fue la presentación, yo tenía alguna esperanza de encontrar a alguien con mis mismos gustos pero… ¿y si Phoebe se enfadaba? No, mejor no.

Cuando llevábamos dos semanas de campamento estaba deseando terminar, pero lo bueno que sacaba es que estaba conociendo más a la sombra que siempre me ha acompañado desde esa noche; después de visitar a mi padre en el cementerio, al pasar por delante de la tumba vecina, me extrañó ver grabado el apodo de mi padre, Phoebe, y observé la foto de ese difunto hombre, tenía una mirada sádica y maliciosa, me quedé mirándola fijamente durante unos minutos más y me di cuenta de que la fecha de su muerte estaba tachada con arañazos. En ese momento me vino un escalofrío por detrás y escuché una voz tenebrosa dentro de mi cabeza: “Te estaba esperando”, me dijo. Entonces me di cuenta de que por más que corriese o huyera estaba acabado, no podía alejarme de él, se había metido en mi cabeza y era parte de mí […]

A la mañana siguiente me desperté ansioso, con falta de oxígeno y aliviado de pensar que todo fuera una pesadilla, así que fui al baño y cuando vi mi rostro tras el espejo, vi su reflejo detrás de mí, no era una pesadilla, de verdad estaba pasando. Yo me sobresalté al ver que su cara estaba magullada y descompuesta pero no podía verle los ojos, intenté escapar pero algo me lo impedía, no podía mover ninguna articulación y de repente sentí una fuerza sobrenatural en mi cuello, la cual me estaba ahogando poco a poco y escuché en mi cabeza: “Si quieres jugar yo te enseñaré cómo hacerlo”. Ahí reflexioné y decidí que era mejor hacer lo que dijera Phoebe. Día tras día me acostumbré a estar acompañado de una sombra tenebrosa, no sabía lo que quería pero sí sabía que iba a llegar hasta el final.

La última noche de campamento escuché un ruido fuera de la tienda de campaña y vi una sombra pasar, era él, quería algo. Me dispuse a salir y me percaté de un camino lleno de bolas blancas viscosas, algo muy extraño, pero no le presté atención. Conforme iba siguiendo ese camino, veía cómo cada vez me iba adentrando más en el bosque y sentía la escarcha de la noche aún más helada sobre mi piel, no había escuchado nada de Phoebe en mi cabeza ni su presencia a mi alrededor. Empecé a tener la respiración entrecortada debido al miedo y al mal olor que iba viniendo. De repente llegué a un charco de sangre con bolas blancas, eran ojos. Ahí estaba, de espaldas, mirando hacia varias cuerdas colgadas de las ramas de los árboles, le pregunté qué quería de mí y cuando se apartó un poco me quedé aterrado al ver a todos los miembros de mi familia colgados y descuartizados en los árboles, todas las personas que me querían, e incluso compañeros del campamento que quisieron alguna vez acercarse a mí para entablar alguna conversación.

Entendí su mensaje, me quería solo para mí y ese sentimiento me resultó familiar, así que le pregunté quién era y me dejó mirarle a los ojos, lo entendí todo, esos ojos no se me olvidarán jamás: los de mi padre.

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Ciclo de Halloween / Cuentos de terror: La curiosidad mató al gato

4 noviembre, 2017 by José Eduardo

Otro cuento de este ciclo de Halloween que presentamos a los lectores lleva por título La curiosidad mató al gato. Escrito por Mario Marín Caballero, de 4ºB de ESO, relata las aventuras de un grupo de amigos a los que la curiosidad arrastra hacia un barco viejo y abandonado…

LA CURIOSIDAD MATÓ AL GATO

por Mario Marín Caballero

—Agente, me dispongo a entrar. El comandante Reynolds abrió la puerta lentamente, hacía una hora que había recibido un reporte de algo sobrenatural que provenía del crucero abandonado que estaba en el puerto.

Para su sorpresa, no había nada detrás de la puerta, inspeccionó el camarote en busca de pistas o respuestas a sus numerosas preguntas.

¿Por qué habrían llamado a la comisaría? ¿Qué tenía que ver este barco abandonado con todo esto?

—No es momento para ponerte filosófico, Reynolds —se dijo a sí mismo, y siguió buscando cuando de repente apareció un niño corriendo por los pasillos, llorando y gritando.

—Por favor, ayúdame, “algo” ha matado a mis amigos —gritaba el chaval.

No podía tener más de 15 años, era alto, con el pelo castaño y no paraba de repetir todo el rato “La curiosidad mató al gato”.

Había pasado un día desde lo sucedido, el comandante había llevado al niño a la comisaría. Le preguntó si tenía padres, no contestó. Le preguntó si tenía hermanos, tampoco contestó. El chico seguía en estado de shock, seguía repitiendo la misma frase una y otra vez.

Al día siguiente lo encontraron muerto. Se había suicidado. Había una pintada en la pared con sangre que decía: “NO COMETAS EL MISMO ERROR QUE YO”.

Cinco días antes:

—Despierta Rick, que vas a llegar tarde al instituto, le gritaba su hermano. Rick se levantó de la cama adormecido y bajó a la cocina a desayunar, ahí estaba su padre y su madre. Terminó de desayunar y se fue al instituto; allí se juntó con sus amigos James, Morty y Mike. Todos los días era la misma rutina de siempre: dar clase, comer y volver a casa.

Por la tarde los cuatro siempre quedaban para jugar a lo que fuese, después cada uno volvía a su casa en bici. Pero esa noche iba a ser diferente.

Cuatro días antes:

—Oye, ¿dónde está Mike? Dijo James,         

—No sé —respondió Morty—, estará malo como siempre, pero seguro que después viene a jugar.

Tampoco fue a jugar.

El grupo, preocupado, llamó a su casa para ver cómo estaba, el teléfono lo cogió su madre.

—¿Esta Mike en casa? —Preguntó Rick,

— No, pensaba que estaba con vosotros —respondió la madre un poco alterada—, lleva sin venir a casa desde anoche, le tiene que haber pasado algo. Voy a llamar a la policía.

Mientras tanto en la comisaria el comandante Reynolds estaba tomándose un café, cuando sonó el teléfono.

—¿Sí? —Contestó el comandante

—Hola, sí, quiero denunciar la desaparición de mi hijo Mike —dijo la madre ya nerviosa y preocupada.

—¿Cuál es su aspecto físico?

—Es bajo, regordete, con el pelo castaño y ojos marrones, dijo la madre.

—Ok, vamos a iniciar la investigación, le comunicaremos toda la información que vayamos obteniendo.

Tres días antes:

En el instituto ya se ha enterado todo el mundo de la tragedia pero nadie hacía nada al respecto excepto Rick, James y Morty, que decidieron buscar por todo el pueblo, pero no había ni rastro de Mike ni tampoco sabían adónde podía haber ido.

A la vuelta, Rick se encontró con un cartel que decía algo extraño: “¿QUIERES ENCONTRAR A TU AMIGO? VEN AL PUERTO, PERO NO SEAS MUY CURIOSO, A VER SI TE PASA LO MISMO QUE A ÉL”.

Rick se quedó impactado y le dijo a sus amigos si lo habían visto, ninguno parecía haber visto nada, entonces Rick se dio la vuelta para enseñárselo pero el cartel había desaparecido, Rick notó que había alguien cerca observando pero no le dio mucha importancia.

Dos días antes:

Los tres acordaron que después del instituto iban a investigar al puerto, pero James al llegar a su casa se encontró con que sus padres le habían prohibido salir debido a la desaparición de Mike. Se tuvo que escapar y los tres salieron ya casi de noche en dirección al puerto.

No había mucha iluminación y tampoco muchas personas, de hecho estaban solo ellos en la calle principal. Tuvieron que saltar unas cuantas vallas y despistar a un segurata para poder entrar al puerto. No había muchos barcos amarrados, la mayoría eran barcos pesqueros. Pero había uno que se imponía sobre el resto, un crucero abandonado listo para ser desguazarlo en piezas.

Empezaron a buscar por los astilleros y por los demás barcos, eran ya las 5 de la mañana, así que tenían que volver a sus casas, acordaron volver al día siguiente para terminar de inspeccionar todo.

Un día antes:

Cayó la noche, volvieron al puerto, tocaba la última parte, iban a descubrir lo que estaba pasando.

Sospechaban del crucero abandonado, así que entraron. Se tuvieron que mojar un poco pero no les resultaba un problema. Todo estaba lleno de basura y se notaba que nadie había pisado ese suelo desde hacía unos cuantos años. Había muchos pasillos y plantas y no sabían por cuál empezar; una noche no iba a ser suficiente para inspeccionar todo el crucero. Esa noche hicieron el mayor descubrimiento de todas sus incursiones: un rastro de sangre que bajaba al sótano. Como no les daba tiempo a seguir tuvieron que dejarlo para el día siguiente.

La última noche:

La policía no había encontrado todavía ninguna información útil y estaba por dejar el caso. Esa noche ya era fin de semana, por lo tanto había más personas por la calle, pero no supuso un obstáculo en cuanto a la investigación de los chavales.

Continuaron el rastro de sangre y bajaron al sótano, allí no había ningún tipo de iluminación, así que tuvieron que utilizar linternas. Mientras estaban buscando, de repente, se oyó un sonido gutural proveniente de cerca.

Los chicos fueron a investigar y se encontraron con una puerta cerrada, casualmente el rastro de sangre se cortaba ahí. Pensaron que alguien había raptado a Mike y lo había metido ahí dentro, seguro. Los chavales llamaron a la policía pero no todo iba a ser tan fácil para ellos. De repente, la puerta se abrió y ahí estaba Mike, pero muerto y en estado de descomposición. Los chavales entraron y tras ellos la puerta se cerró instantáneamente. Forcejearon pero no pasó nada, a continuación se oyó una voz que les dijo: “Os dije que no vinieseis, pero ya veo que la curiosidad mató al gato”. Seguidamente “algo” dejó inconsciente a los tres.

Rick se despertó a la hora más o menos, al abrir los ojos vio a sus dos amigos muertos también, junto con el pobre Mike. Había “algo” comiéndose los miembros de sus compañeros y no prestaba atención a Rick. Este, aterrorizado, no sabía lo que hacer. De repente, recordó que había llamado a la policía, por lo tanto debían de estar cerca, pero se sentía demasiado cansado y pesado como para correr. Aun así hizo un acopio de energía y salió corriendo, por suerte la puerta estaba abierta y la “cosa” se dio cuenta tarde de que había desaparecido.

La “cosa” corrió detrás de él pero al ver a lo lejos a la policía decidió no intervenir.

Y a partir de ahí, ya nadie supo más de este tema. Estaba claro que era mejor no intervenir.

Hoy ha aparecido un cartel en la valla del instituto que decía “LA CURIOSIDAD MATÓ AL GATO: SI QUIERES SABER QUÉ PASÓ, VE AL PUERTO”.

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Ciclo de Halloween / Cuentos de terror: Ojos claros

3 noviembre, 2017 by José Eduardo

Continuamos con el ciclo de Halloween, esta vez con un cuento de Laura Fernández Pelluz, de 4ºB de ESO, titulado Ojos claros, en el que asistimos a las visiones que de una mujer anciana tiene una joven, y que al final tendrán su explicación, aunque se trate de una explicación inexplicable…

OJOS CLAROS

por Laura Fernández Pelluz

Hola, mi nombre es Ana, tengo 17 años y escribo aquí en mi diario un hecho que marcó mi vida. Podréis creerlo o no pero ocurrió tal y como os lo cuento.

Hace diez días, paseando con una amiga por detrás de la catedral de Murcia pasé por la fachada de las cadenas dirigiéndome hacia la Platería, una mujer mayor pasaba junto a nosotras y se quedó mirándonos… era bajita, tenía el pelo blanco y vestía de riguroso negro, las arrugas de su cara me indicaban que tenía una vida muy difícil pero sobre todo me fijé en sus ojos de intenso azul claro. Mi amiga María cogió mi brazo y aceleró el paso… seguimos andando y volví la cabeza para mirarla y ya no estaba.

Eran las ocho y media en Murcia, ya era de noche y refrescaba… nos acercamos a Santo Domingo y mientras me despedía de María sentí un escalofrió que me recorrió la espalda, miré a mi derecha y entre la gente que se cruzaba vi a esa extraña anciana de ojos claros que me miraba fijamente, así que le dije a María:

-¡Mira la vieja, está ahí!

-¿Pero qué dices?

-Mira a mi derecha.

-Yo no la veo.

Me giré y ya no estaba. Nos reímos sin darle mayor importancia.

Volví a mi casa y las calles estaban desiertas, supuse que como era hora de cenar la gente estaría en sus casas. Al pasar por un callejón vi una tienda la cual estaba cerrada y tenía las luces apagadas pero su escaparate me llamó especialmente la atención por sus preciosos relojes antiguos, fijé más la vista para ver la decoración que tenían dentro y quedé inmóvil al ver frente a mí esos ojos claros, ya no podía moverme, no sabía si era mi cabeza o me estaba volviendo loca, la señora me sonrió mostrándome sus dientes afilados y nada naturales, aterrorizada eché a correr hasta llegar finalmente al portal de mi edificio y al coger las llaves me di cuenta de que mis manos temblaban, intenté abrir la puerta pero las llaves se me cayeron, al agacharme a recogerlas vi entre mis piernas unos zatos negros. Al girarme no había nadie.

Abrí la puerta y corrí rápidamente al ascensor, pulsé el botón de llamada, esperé a que bajara mientras yo miraba a todos lados buscando a la señora. Por fin llegó el ascensor y pulsé el botón de mi piso pero la puerta no se cerraba, la luz del hall se apagó y me pareció más oscuro que nunca, pegué mi espalda a la pared del ascensor; en ese momento unos dedos largos, huesudos y envejecidos evitaban que la puerta se cerrase, grité pidiendo socorro con todas mis fuerzas. Víctima del miedo y la desesperación dije:

-Dios mío, protégeme.

Unas lágrimas recorrían mi cara, cerré los ojos y me acurruqué en la esquina del ascensor, mientras notaba cómo subía noté una mano que me acariciaba el pelo.

-NO, NO, NO… DÉJAME!

El ascensor ya había llegado a mi piso la puerta se abrió, corrí a mi piso y llamé al timbre como si me fuera la vida en ello, cuando mi madre abrió la puerta me eché a sus brazos y comencé a llorar desconsoladamente. Mi madre preguntó asustada:

-¿Qué te pasa?

Mientras yo balbuceaba.

-La vieja, la vieja

Mi madre levantó la vista, la luz del largo pasillo estaba apagada, de repente mi madre pegó un grito y de un portazo cerró la puerta.

-¡La has visto!- Le dije.

Mi madre estaba blanca como el papel y se le notaba el miedo.

-¿Quién es? ¿La conoces?

-Me ha encontrado.

-¿Pero qué pasa? ¿Quién es, mamá?

Mi madre me explicó.

-Un día estaba paseando y a una anciana le dio un infarto y falleció ante mis ojos. No hice nada para ayudarla, tenía tanto miedo, era tan joven, me arrepentí toda la vida por ello, de hecho tenía pesadillas con ella, es un recuerdo que me ha perseguido toda la vida.        En ese momento sonaron tres fuertes golpes en la puerta. Mi madre y yo gritamos como nunca y sonó una voz que decía:

-Queréis abrirme la puerta, que voy cargado de bolsas.

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Ciclo de Halloween / Cuentos de terror: Poseído

3 noviembre, 2017 by José Eduardo

Un nuevo relato de terror para este ciclo de Halloween es el que nos ofrece Jesús Alarcón Quijada, de 4ºB de ESO, titulado Poeseído, que trata de la batalla que emprenden unos policías contra la presencia de un diablo y la posesión infernal de cuerpos con fines malévolos…

POSEÍDO

por Jesús Alarcón Quijada

El 25 de diciembre de 1990, el padre de cinco hijos mató a su mujer delante de ellos, los asesinó y se suicidó. A partir de ese día, se registraron casos muy parecidos y todos coincidían en dos cosas: que las familias tenían más de dos hijos y que siempre se producían el 31 de diciembre de cada año. Las investigaciones policiales solo encontraron esas similitudes, pero no se les ocurría ninguna razón por la que se produjesen esos asesinatos. A uno de los agentes que llevaba la investigación, se le ocurrió ir a preguntarle sobre el caso a una vidente, que aparte de adivinar el futuro entendía sobre temas demoníacos (este agente se llama Gonzalo).

El lugar donde se encontraba la vidente estaba a las afueras de la ciudad en un callejón oscuro y sin salida. Cuando Gonzalo entró la vio hablando sola con un crucifijo en la mano y le hizo unas cuantas preguntas sobre los asesinatos ocurridos en los últimos años. La señora respondió a todas ellas con una sola respuesta, le dijo que había un siervo del diablo llamado Azrael y su objetivo era poseer a algún miembro de una familia para matar a todos sus familiares y luego suicidarse. Pero esto lo haría solo cada vez que se recordara el nacimiento de Jesús (25 de diciembre), por eso los asesinatos tenían ese orden y la única manera de parar esto era invocarlo y matarlo. De repente, la habitación donde se encontraban empezó a temblar y se fue la luz. La vidente encendió una vela y se podía distinguir una silueta parecida a una persona con cuernos y una cola. La silueta desapareció y volvió la luz. La señora le dijo al agente que era un aviso y que tuviera cuidado.

Gonzalo llegó a la comisaría un poco asustado y le contó a sus compañeros todo lo que le había pasado y lo que tenían que hacer para resolver el caso. La verdad es que no se lo creyeron pero como no tenían otra opción decidieron que iban a hacer la invocación. Los demás agentes eran: Jorge, Lucas y Juan.

En esa misma noche, cuando Lucas llegó a su casa se encontró a su mujer (Lucía) con un cuchillo en la mano y con un demonio perfectamente reconocible al lado de ella. Su esposa se dirigió hacia él corriendo para matarlo pero justo antes de que lo apuñalara sacó la pistola y le disparó en la pierna. Como si nada, Lucía levantó la cabeza, le preguntó qué había pasado, se desmayó y el supuesto demonio ya no estaba ahí pero le dejó una nota avisándole de lo que le iba a pasar si intentaban matarlo.

A la mañana siguiente, a todos les habían pasado cosas parecidas a lo que le pasó a Lucas y tenían la misma nota que le dejó el demonio. Todos se pusieron de acuerdo, y quedaron esa misma noche para matarlo.

Se hizo de noche y todos habían llegado ya al lugar donde estaba la vidente. Pusieron unas velas formando un círculo en el suelo y dibujaron un símbolo dentro del círculo que formaban las velas. La adivina empezó a citar unas frases que tenía en un libro de otro idioma. Empezó a temblar el suelo y se escuchó una voz terrorífica diciendo que los mataría si no paraban la invocación. Del círculo que formaban las velas salió el demonio Azrael y mató a la señora, atravesándole el pecho con su brazo.

Después, se dio la vuelta y fue a matar a Gonzalo cuando Jorge se puso en medio y lo mató a él. Lucas le pegó un tiro en la cabeza y lo dejó inconsciente pero no murió. Gonzalo fue rápidamente a coger un crucifijo cuando el demonio despertó y le cortó la cabeza a Lucas, pero Gonzalo vino por detrás y mientras estaba despistado lo atravesó con el crucifijo.

A la semana siguiente, cuando Gonzalo estaba en el funeral de sus difuntos amigos, escuchó una voz que le decía: gracias.

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Ciclo de Halloween / Cuentos de terror: Te toca a ti

3 noviembre, 2017 by José Eduardo

Una noche cualquiera de trabajo puede convertirse en la última noche… Elena Fernández Pelluz, de 4ºB de ESO, nos adentra en una situación de gran tensión y de fatídico desenlace con su relato Te toca a ti, dentro de este ciclo de Halloween con el que nos divertimos con el terror…

TE TOCA A TI

por Elena Fernández Pelluz

Me llamo Jessica y estoy muy orgullosa de mí misma. Hace tres meses que trabajo en una gasolinera y es mi primera noche sola. Mi jefe, el señor Brown, vino esta mañana muy nervioso y preocupado; Jake, quien hacía el turno de noche, había tenido un accidente de moto y estaba hospitalizado. No podía creérmelo cuando me lo dijo, a pesar de no estar aquí mucho tiempo nos hemos hecho muy amigos, siempre es amable y cariñoso conmigo y sabe sacarme una sonrisa, por esto, no dudé ni un segundo en ofrecerme para sustituirlo; aunque ahora estoy un poco nerviosa. El señor Brown no puede quedarse conmigo porque tiene que ver cómo está Jake, pero me enseñó dónde estaba el botón de emergencia y llevaba el móvil, así que no tenía por qué preocuparme. Llevo aquí desde las diez escuchando la radio y entre canción y canción se me han hecho las doce. A pesar de estar aquí dentro, puedo oír los truenos sonar fuera, parece que el parte meteorológico no se equivocaba, iba a caer una buena tormenta.

Es casi la una y estoy muy aburrida, no hay absolutamente nadie fuera, ni siquiera un coche, y encima el móvil lleva sin cobertura un buen rato y la radio tampoco coge señal. Todo está muy tranquilo, pero hay algo que me inquieta, ¿será este silencio eterno junto a ese intenso sonido de la lluvia cayendo?

Desde las tres de la madrugada no para de ir todo a peor, esta situación me está haciendo perder la cabeza. Sobre las tres y cuarto las luces exteriores dejaron de funcionar tras caer un colosal rayo que hasta me hizo dar un respingo y lo peor de todo es que cuando miré afuera había una sombra alargada en la otra acera. Por un momento pensé que era real, pero después de ir al baño, lavarme bien la cara y volver a comprobar que seguía sin cobertura, volví y, como era de esperar, no había nadie.

La tormenta no cesa, las luces interiores de la gasolinera están empezando a parpadear también. Y pensar que Jake tiene que soportar todo esto; por suerte mi turno termina a las siete, por lo que quedan unas dos horas para poder irme por fin a mi casa.

Estoy volviendo a ver cosas, no, no veo cosas, sino a un hombre. Él sigue mirando hacia aquí inmóvil; esto no es mi imaginación, esto es real. Parece que se está acercando, madre mía. ¡Qué hago! ¿Qué querrá a estas horas? ¿Es que…? Las luces acaban de apagarse y no veo nada, estoy muy asustada, necesito una linterna, voy a usar la del móvil. Ahora que la he encendido puedo ver, pero no me siento tranquila. La ventanilla está justo detrás de mí y no sé si darme la vuelta, mejor dicho, no quiero darme la vuelta. ¿Y si está ahí?

Por fin decido darme la vuelta. Cuando me giro, otro rayo enorme cae dejando ver que ese hombre misterioso ya no está y eso me inquieta aún más; en su lugar hay una nota que pone: “Te toca a ti”.

Esto es serio, tengo que llamar a la policía, no puede ser una broma, estoy empezando a hiperventilar, quiero irme ya. El móvil ya funciona, será porque la tormenta está amainando, de hecho me están llamando, voy a cogerlo. Era el señor Brown, Jake ha fallecido en el hospital hace unas horas a causa de sus heridas; no puedo contener las lágrimas, siento que es la peor noche de mi vida. El jefe me dijo que cuando terminase mi turno cerrase la gasolinera y me fuera a casa, ya vendría el otro a sustituirme.

Cuando el reloj marcó las siete sentí que todo había acabado, decidí no darle mucha importancia al asunto y no llamé a la policía, solo quería irme de aquel lugar. Todavía está oscuro, así que enciendo las luces del coche para poder ver bien, me acomodo en el asiento y enciendo la música.

Por fin estoy a tan solo unos kilómetros de mi casa, qué ganas ya. Voy a girar a la derecha pero algo me acaba de desorientar, ¿Ese es el señor Brown? Estoy pasando por su lado pero no se inmuta; definitivamente esto es otra alucinación de las que últimamente tengo, me estoy volviendo loca. La radio está fallando como en la gasolinera, solo que esta vez no hay tormenta. Intento sintonizarla cuando se escucha en la radio: “Te toca a ti”.

En ese momento, un coche se cruza.

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Ciclo de Halloween / Cuentos de terror: El armario

3 noviembre, 2017 by José Eduardo

¿Cómo es la vida desde el punto de vista de una persona cuyo cerebro sufre graves alteraciones en su percepción de la realidad? En el relato El armario, Cayetano Bayona Pacheco, de 4ºB de ESO, nos adentra en una mente perturbada y nos arrastra un poco más en este ciclo de Halloween…

EL ARMARIO

por Cayetano Bayona Pacheco

Objetos. Muebles. Cosas. Cosas… Esas cosas que están ahí por algún motivo… Y yo sé cuál es.

Me llamo Andrew Smith, vivo en la calle Roble número 12, segundo piso, la tercera a la derecha. Vivía solo y eso me hace ver, sentir, y oír cosas que los demás no pueden.

Desde hace un año estoy obsesionado con los muebles; ¿los colecciono? No los sé, ¿los guardo para que no les pase nada? No lo sé, ¿son mis únicos amigos ya que estoy solo en mi casa y estoy empezando a perder la cordura? ¡¿ME ESTÁS LLAMANDO LOCO?!

Perdón, a veces pierdo los estribos pero no pasa nada. Sé que no puedes pensar en eso puesto que tú eres mi amigo y estás conmigo.

Por cierto, ¿desde cuándo nos conocemos? ¿Cuánto tiempo habrá pasado desde que nos conocemos?

El caso es que te he despertado, amigo mío, porque he visto que la puerta del armario número 23 se ha movido 45 grados y eso no me gusta, ya lo sabes. Debería ir a echar un vistazo pero primero quería que lo vieras tú también. Sé que no te gusta que te despierte en plena noche pero a mí tampoco y eso me ha despertado.

NO, no han sido imaginaciones mías. Sabes que yo creo mucho en lo que veo y no lo discuto. Bueno, vamos a verlo.

¡Pero no te quedes ahí parado! Levántate ya.

…

Vale, me dispongo a cruzar, desde mi habitación, el pasillo, pasar al lado del baño, cruzar el salón y mirar el armario número 23. También me está acompañando mi buen amigo Nomini Tuo si resulta que no salgo bien de ésta solo quiero decir que yo siempre tuve razón.

A la de tres: una… dos… ¡TRES!

Puerta. Mesa. Armario. Cómoda. Puerta. Archivador. Cajón. Puerta de baño. Silla. Sillón. Armario. Mesita. Sofá. Archivador. A este paso no llegamos, más rápidoooo. Estantería. Armario. Sill… ¡Ahhhhh!

¡MIERDA! La mesita, ¡¿cómo se me habrá pasado?! No todo es mala suerte, solo estamos a dos metros y no hay moros en la costa. Ya casi…

Din don

¿Qué? Pero quién llama al timbre en plena noche, ¿qué hora es? ¡Las 4 de la tarde! No puede ser. Abriré las cortinas. Pues sí que son las 4. ¿Por qué no me lo habías dicho?

Din don

Que sí, que ya voy.

-¿Quién es?

-¡Policía!

Es la policía, que querrá. ¿Sabrá que tengo muchos armarios y me los querrá quitar? ¿O ha venido para llevarme porque piensa que estoy loco? ¿O sabe que hay algún ser por aquí en mi casa y…?

-¡Qué abra de una vez!

¿Qué? Ah, sí.

-Voy. ¿Sí, agente? Buenas tardes.

-Buenas tardes, estoy aquí porque dicen que se oyen gritos de por aquí. ¿Es así? ¿Va todo bien?

-S…Sí, va todo… perfecto. No pasa nada, agente.

-Vale, de todos modos no parece que viva usted en unas condiciones muy buenas.

-¿Qué dice? Si mi casa está genial.

-Dentro de unos días vendrá un equipo para que le cambien de casa y lo recojan todo. Señor, estas no son condiciones para vivir.

-Vale, adiós.

¡Pum!

Ese no sabe lo que dice, ¿Que no vivimos en las mejores condiciones solo por tener algo un poco desordenado? ¿Tú que dices? Bueno, déjalo.

¿Por dónde íbamos? Ah sí, estábamos con la puerta del armario… que ahora está cerrada…

¡NO ME VENGAS CON EL AIRE! Ahí hay algo y se está moviendo por la casa a sus anchas y ¡ESO NO ME GUSTA! Y vamos a impedírselo. Dejaremos que haga lo que quiera durante 3 días porque no hay tiempo, ya has visto que nos van a desalojar de aquí, después de esos 3 días le atraparemos.

…

¿Qué querrá de mí? ¿Por qué estará aquí? ¿Qué va a hacer?

…

¿Qué es esto? ¿De qué me siento culpable? ¡No! ¡Por qué!

…

Yo no quería, me obligaron ellos… ¡AHHHH!

Solo era un sueño… ¡Qué! ¡Despierta! Mira… ahora están todas las puertas de los armarios abiertas. ¿Qué me querrá decir? No puedo aguantarlo más, aunque no haya pasado el tiempo que dije, voy a averiguar qué es lo que quiere.

Esto lo acabamos ya.

Saca la ouija. Si no tenemos dibújala en el suelo.

¿Hay alguien entre nosotros?

…

¿Se ha movido al sí! Eso ya es algo, bien. ¿Qué es lo qué quieres?

…

T

U

¿Yo? ¿Qué estará diciendo? ¿No me querrá a mí?

L

A

Tú la… ¿sabes a lo que se refiere? No, qué va.

M

A

T

A

S

¡BIEN! ¡Se acabó! Quema esa tabla AHORA.

…

Pasan los días y esa cosa no nos deja… parece que cada día está más fuerte. Y el hombre que dijo que volvería no parece que lo haga. Ya ha pasado un mes.

…

Hey, amigo, tras estar cerrando puertas y demás me he encontrado esto, es una pistola y venía con una bala.

No recuerdo haberla comprado ni haberla visto nunca. ¿Sabes algo de esto? ¿O es nuestro amiguito?

…

1 mes después

-¿Qué dice la forense?

-Fue esa la causa de la muerte, sí. Un suicidio normal y corriente.

-¿Le pasaba algo especial a este hombre?

-Sufría esquizofrenia pero eso es todo. Seguro que sería esa la causa de la muerte. También le hemos identificado y es Andrew Smith, ya sabes, el que mató a su madre y se largó después de haber dejado la casa…

-Sí, me acuerdo, desde luego, qué sádico fue eso.

-No podría más con la culpa hasta el punto de suicidarse.

Cuando haces algo mal lo mejor es solucionarlo cuanto antes, el peso de la culpa es cada vez más y más grande.

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Ciclo de Halloween / Cuentos de terror: La tormenta

2 noviembre, 2017 by José Eduardo

A veces una tempestad recorre los campos y afecta especialmente a algunas personas que, por ciertas circunstancias, ven peligrar su vida ante visitas inesperadas. Una historia de Pablo Esturillo Lorente, de 1º de Bachillerato, titulada La tormenta, viene a ampliar este ciclo de Halloween y a hacer que nuestros corazones tiemblen ante el terror que sintieron los miembros de una familia de Yecla…

LA TORMENTA

por Pablo Esturillo Lorente

Esto fue lo que ocurrió. La noche del 11 de abril en que por fin se abatió sobre Yecla la peor tormenta que recuerda la historia de la Región de Murcia, toda la zona noroeste fue azotada por la tormenta de mayor violencia que haya visto en toda mi vida.

Vivíamos en Calle del Salzillo, y vimos, poco antes del anochecer, la llegada de la primera tormenta, que avanzaba hacia nosotros fustigando las cosechas del campo.

Ese día merendamos a las cinco y media, en el porche que da al patio trasero, a base de chocolate y bollería. A nadie parecía apetecerle beber otra cosa que no fuese Coca-Cola, que guardábamos en el frigorífico.

Terminada la cena, Jorge se metió en casa a jugar a la consola en su habitación. María y yo nos quedamos un rato más en el patio, fumando, sin contarnos nada del otro mundo, con la mirada puesta en el campo. Unas cuantas motos zumbaban por el camino de delante de casa. Hacia el oeste las nubes de tormenta iban formando torreones según se agrupaban. Los rayos relampagueaban en su interior. En la casa de al lado vimos a los vecinos saliendo con el coche, supongo que para huir de la tormenta que se avecinaba. María soltó un suspiro y se abanicó el pecho con la mano. No sé si refrescaría mucho, pero, desde luego, no parecía calmarla.

-No quiero asustarte, pero creo que se avecina una tormenta de cuidado

Me miró con expresión de angustia.

-Anoche tuvimos nubes como esas, Pablo, y también anteanoche, y terminaron por disiparse.

-Hoy no pasará lo mismo.

-¿Tú crees?

-Si la cosa se pone fea de verdad, iremos al sótano.

-¿Tan mal lo ves?

-La verdad, no lo sé, respondí con sinceridad, no ha habido tormentas de esta magnitud en Murcia, al menos que yo sepa. Pero el viento atraviesa, a veces, el patio como un tren bala.

Algo más tarde salió Jorge, quejándose de que la consola no funcionaba porque se había ido la luz. Le revolví el pelo y le di otra Coca-Cola. De algo tienen que vivir los dentistas…

Conforme se acercaban las nubes iban tapando el azul del cielo. No había duda de que la tormenta era inminente. Jorge se sentó entre su madre y yo y se quedó mirando el cielo fascinado. El estallido de un trueno atravesó el vecindario retumbando lentamente. El nublado se retorcía. Poco a poco se fue extendiendo sobre toda Yecla, y vi descender de él un fino velo de lluvia, todavía lejos.

El aire se puso en movimiento con sacudidas que levantaban el toldo. La temperatura bajó rápidamente, refrescando el sudor de nuestros cuerpos y luego helándolo.

Jorge se levantó del sitio.

– ¡Mira, papa! -Exclamó con sorpresa.

-Entremos -dije, y le rodeé los hombros con mi brazo.

-Pero ¿lo has visto, papa? Es enorme.

-Tienes razón. Entremos en casa.

Tras dirigirme una mirada de sobresalto, María ordenó:

-Venga, Jorge. Haz lo que dice tu padre. Corre. No pierdas tiempo.

Entramos por la puerta de cristal que da a la cocina. Cerré a nuestras espaldas y me giré para echar otra ojeada. La lluvia había inundado dos tercios de las cosechas.

Estaba situada casi encima de nosotros cuando cayó un rayo, tan brillante que durante treinta segundos todo el paisaje se quedó grabado en negativo en mis retinas. Al volverme, vi a mi mujer e hijo asomados a la ventana que nos da visión del patio.

Por un momento me imaginé el momento en que estallara con un seco golpe y acribillara con flechas de vidrio a mi familia.

Rápidamente les aparté de un empujón.

-¿¡Qué coño hacéis ahí!? ¡Quitaos de la ventana!

María me observó asustada. Jorge se limitó a abrazarla fuerte. Los conduje al salón.

Y entonces llegó un viento aún más fuerte. Era un silbido ruidoso, que entraba hasta lo más profundo de tu oído.

-Bajemos al sótano -le pedí a María cogiéndola del hombro. Encima justo de casa estalló un trueno. Jorge se agarró a mi pierna.

-¡Ve tú también! -Dijimos María y yo al unísono.

Tuve que desprender a Jorge de mi pierna.

-Ve con tu madre. Tengo que ir a por linternas y velas para no estar a oscuras.

Se secó las lágrimas y fue con su madre.

Revolví los cajones del mueble del salón, apartando facturas, cartas del día de la madre y del padre de Jorge y las fotos que nos hicimos María y yo que siempre se le olvidaba poner en el álbum.

Encontré cuatro velas largas y tres pequeñas junto con la linterna que compramos ese mismo año. Oí en el sótano cómo Jorge se echaba a llorar y un sonido que provenía de fuera de casa. No le di demasiada importancia y bajé corriendo al sótano cerrando la puerta.

Jorge corrió a mi encuentro diciéndome que no me fuese más: le agarré la cabeza y acaricié su pelo para que se tranquilizase. Al cabo de diez minutos escuchamos cómo alguien llamaba a la puerta del sótano. María me agarró del brazo y me pidió que no abriese mientras sentaba a Jorge e su lado. Los golpes a la puerta fueron acompañados de unas palabras de esa persona misteriosa.

-Abrid, cabrones, sé que aquí hay alguien -a medida que aporreaba la puerta, con más agresividad hablaba.

-Si no abrís os mataré. Juro por dios que lo haré.

Por fin cesó su insistencia y dejamos de escucharle. Encendimos primero las velas pequeñas que encontré para ahorrar pilas de la linterna. Nos miramos las caras a la oscilante luz de las velas y escuchamos los rugidos y los embates de la tormenta contra nuestra casa. Al cabo de unos veinte minutos oímos el desgarrado crujido de uno de los árboles cercanos a casa, que cedió ante la fuerza de la tormenta. Luego hubo una tregua.

-¿Ha pasado ya? -Me preguntó María.

-Puede ser. Pero solo por un rato.

Subimos, cada uno con una vela, como si fuese una procesión. Jorge sostenía la suya orgullosamente. Mirar la llama de la vela le hacía olvidar su miedo. Estaba muy oscuro para ver qué daños había recibido la casa. Aunque ya hacía rato que Jorge debía estar en la cama, ni su madre ni yo hablamos de acostarle. Nos quedamos en el salón, escuchando el viento y mirando los rayos en la lejanía.

Aproximadamente media hora más tarde, vimos cómo se formaba de nuevo la tormenta y nos dirigimos al sótano de nuevo. En uno de los destellos que producían los rayos vi la puerta de cristal de la ventana atravesada por un tronco en una de cuyas ramas había algo de color rojo. Con las prisas supuse que sería sabia del mismo y olvidé el tema.

La segunda tormenta no fue tan violenta, pero oímos cómo la casa se rajaba.

-Aguanta, campeón -lo tranquilicé.

Me dirigió una sonrisa nerviosa.

Poco después Jorge escuchó entre las cajas del sótano un gemido y fue a investigar. Me levanté de un salto al escuchar un desesperado grito de Jorge.

Dirigí mi vista hacia el sonido y vi a un hombre agarrando a Jorge del cuello con su brazo, con un trozo de cristal apuntándole a la cara.

-¡Siéntate o se lo clavo ahora mismo! -Gritó en ese instante.

Nada más escuchar eso me senté y tanto María como yo reconocimos su voz. Era el hombre que aporreaba la puerta.

-Al final os atrevisteis a dejarme ahí fuera -dijo entre jadeos-. Por vuestra culpa voy a morir, pero no sin antes hacéroslo pagar.

María muy angustiada me agarró con desesperación del brazo.

-Suéltalo, él no ha hecho nada.

-No, no, no. Todos sois culpables por no dejarme entrar y ahora es el momento de que paguéis.

Jorge se intentó separar del hombre y él le agarro más fuerte, no sin dejar al descubierto una herida que tenía en su abdomen.

-¡Tú! Coge eso alicates y arráncate la uña del pulgar -me exigió.

Cogí esos alicates y le miré nuevamente.

-Hazlo ya -dijo mientras clavaba ligeramente el cristal en la mejilla de Jorge.

Los agarré con fuerza y me dispuse a hacerlo. Miré a Jorge a la cara y le dije:

-Tranquilo, campeón.

Me cogí la uña con ellos y tiré con toda mi fuerza. Al sentir ese dolor se me saltaron hasta las lágrimas, aunque lo hice demasiado flojo por el miedo que sentía. Pero debía hacerlo por mi hijo. Con un seseo arranqué lo que quedaba de uña y me sumergí en un dolor profundo.

María fue incapaz de aguantar la mirada.

-Recomponte, que esto no ha terminado. Ahora tú, mujer, vas a coger esa vela y vas a tirarle toda la cera a la uña -dijo mientras reía.

Las manos de María temblaban. Con mi otra mano se las cogí y le dije:

-Es por Jorge.

Le dirigí una mirada mientras María se preparaba y vi a Jorge mirar el fuego de la vela con unos ojos decididos, el miedo había desaparecido.

Raudo, saltó de golpe sin que ese hombre se lo esperase. Nada más ver eso corrí hacia él al tiempo que Jorge iba hacia los brazos de su madre.

Se intentó poner de pie, pero la herida de su estómago se lo impedía. Me abalancé sobre él y estiró su brazo para intentar clavarme el cristal, yo puse mi mano entre medias y me atravesó la palma de la mano, rompiendo el cristal.

Con mi otra mano formé un puño y se lo propiné con las fuerzas que tenía en el mentón, dejándolo inconsciente.

Durante este acontecimiento no nos dimos cuenta de que la tormenta paró y minutos después vinieron vecinos a ver cómo nos encontrábamos.

Las caras de asombro de la policía y ambulancia que vinieron luego fueron lo de menos cuando vimos cómo se llevaban al hombre que intentó acabar con mi familia.

Dos días después el oficial nos contó que era un traficante famoso de la zona y que murió a causa de la herida de su abdomen.

María me dijo que quizá nada habría pasado si no me hubiese detenido cuando fui a abrir la puerta.

-Puede que sí, puede que no. La cuestión es que ya estamos bien y todo ha pasado. Jorge no parecía afectado pero sabíamos que esto le marcaria de por vida.  

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Ciclo de Halloween / Cuentos de terror: El pacto

2 noviembre, 2017 by José Eduardo

Recuperando el mito fáustico, publicamos un cuento de Antonio Guevara Sánchez, de 2º de Bachillerto, titulado El pacto, una versión de la historia que consagró Goethe con su Fausto: esta vez no se sellará el pacto con el diablo conscientemente a cambió del conocimiento absoluto de la realidad, sino de forma azarosa, a cambio de algunas cosas que no vamos a revelar para que el lector disfrute de este nuevo relato del ciclo de Halloween.

EL PACTO

por Antonio Guevara Sánchez

Jamie estaba explorando el ático de la casa que acababan de comprar sus padres en Savannah, Georgia. Le fascinaba qué objetos podrían guardar todas aquellas cajas, envueltas con tiras y tiras de cinta adhesiva, procurando esconder algo en su interior. Indagando más al fondo hubo un baúl que le llamó la atención al chico, pero un candado le impedía abrirlo y se acercaba la hora de comer.

-¡Jamie! -Exclamó la madre del pequeño-. ¿Dónde estás? Tienes la comida en el plato. Tu padre y yo estamos esperándote para comer.

-Ya voy mamá -le respondió aquel chico rubio, que no medía más de 1,70, con un pelo rubio y largo que descansaba sobre sus hombros, mientras se abría paso cajas a través.

La madre de Jamie, Bárbara, había preparado la comida preferida de su hijo, estofado de carne. No quería que la mudanza se le hiciera más pesada de lo que era y pensó que preparándole un plato a su gusto se haría todo más ameno… Pero no sabía que algo había despertado la curiosidad de Jamie en el ático. De hecho, no sabía ni que había entrado en él.

Mientras tanto, el más pequeño de la casa no paraba de darle vueltas a aquel baúl cerrado y quería ver lo que contenía en su interior a toda costa.

Terminó de comer, se levantó y fue directo al garaje, donde su padre disponía de un arsenal de herramientas. Agarró la cizalla y anduvo por su casa lo más disimulado posible hasta llegar de vuelta al ático y vio ese candado, que le interponía entre el interior y él. Sus ojos relucían despampanantes, abiertos como platos. Se acercó al candado y ¡CLAC!, ya no había ninguna frontera.

-¿Qué es esto? -Se preguntó a sí mismo mientras leía una frase grabada en una tabla de madera, de cuyo significado no tenía ni idea: “Youll ‘morietur in inferno”. Levantó la tabla y allí se hallaba una pata de mono con todos sus dedos estirados. Ahí fue cuando se extrañó de verdad.

Jamie había visto en una película hacía tres meses cómo un chico de su edad pedía deseos que posteriormente eran cumplidos, pero tenía un alto precio: vender su alma al demonio. Agarró la pata y en un intento por reproducir aquella escena y reírse para sí mismo, formuló una petición. Desde chico había soñado con tener un monopatín pero sus padres se negaban a regalarle uno por el peligro que acarreaba.

-Quiero un monopatín -pronunció el chaval.

De pronto, una caja volcó, abriéndose, y de ella rodó el monopatín que tanto ansiaba. No podía creerlo, y menos lo que iba a suceder después. Aquella mano parecida a la de un humano pero con el doble de pelo cerró uno de sus dedos, pero Jamie no hizo caso a qué repercusiones le traería andar jugando con aquellos artilugios. Su inocencia mezclada con su codicia no permitieron a su cabeza pensar y cayó en el error de seguir pidiendo deseos, cada cual más ambicioso que el anterior. Hasta que pidió el último: un bol de palomitas. Ya tenía todo lo que quería, juguetes, dinero, un monopatín y hasta una consola, pero no sabía en qué gastar el último dedo del mono.

Su vista se nubló, cada vez veía con menos claridad hasta llegar al punto de oscuridad absoluta. Las últimas palabras que escuchó fueron:

-El pacto está cumplido. Un placer recibir a alguien tan joven aquí abajo.

¿Había sido mera casualidad o el destino ya le tenía asignado un nuevo hogar al inquilino?

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Ciclo de Halloween / Cuentos de terror: Fear at the end of the street

2 noviembre, 2017 by José Eduardo

Con el título Fear at the end of the street, nos propone Iria Vicente Rocamora, de 2º de Bachillerato, un viaje a una vieja casa donde ocurren extraños sucesos que determinan la fragmentación de un grupo de amigos. Un nuevo relato para este ciclo de Halloween en el que el lector podrá horrorizarse con un ahorcamiento…

FEAR AT THE END OF THE STREET

por Iria Vicente Rocamora

Todo comenzó aquella noche de tormenta cuando de repente las luces se apagaron, empezamos a escuchar unos ruidos muy raros, nunca se habían escuchado en aquella casa vieja y abandonada que usábamos para juntarnos la pandilla del barrio.

Desde aquella noche, nuestras vidas dieron un giro inesperado, todo cambió en la pandilla y el barrio no fue el mismo desde que apareció una de las chicas de la pandilla ahorcada de uno de los árboles que había junto a la casa, el motivo sigue sin saberse a día de hoy. Este incidente fue muy traumático para nosotros, sus amigos, y sobre todo para toda su gente.

Tras unos meses de reflexión e intentos de asumir la situación, los chicos y yo decidimos volver a la casa en busca de hallazgos que nos llevaran a descubrir qué fue lo que sucedió, así que nos pusimos de acuerdo. Cogimos todos nuestros bártulos y nos dirigimos al final de la calle, donde se encuentra la misteriosa y tenebrosa casa. Andábamos sin cruzar palabra, solo mirándonos las caras con preocupación, no podíamos ni imaginar lo que nos depararía aquella noche.

Al fin llegamos al final de la calle, allí nos encontrábamos ante la casa, sin saber muy bien qué hacer, si continuar con el plan establecido o volver sobre nuestros pasos. El mayor del grupo fue el que dio el primer paso, el que tomó el liderazgo, poco a poco le fuimos siguiendo todos. Las bisagras de la puerta chirriaban, el suelo crujía y se oían diversos sonidos extraños. Nuestro miedo aumentaba y con ello nuestras ganas de salir corriendo y desaparecer de aquel lugar o lo más pronto posible; pero había algo dentro de nosotros que nos empujaba a seguir adelante sin mirar atrás ni un instante.  

Continuamos avanzando y solo se escuchaba nuestra respiración agitada y aquellos extraños ruidos que no cesaban ni un momento, lo que nos provocaba más angustia y deseo de marcharnos, pero ninguno se atrevía a dar el paso de irse porque sabía que volvería solo a casa.

De repente, un ruido muy fuerte nos alarmó, venía del salón, nos acercamos y el reloj de péndulo estaba en el suelo, ¡qué extraño! ¿Cómo se va a caer ese reloj tan grande, con lo que pesa, al suelo solo? Solo había una opción, alguien lo tenía que haber hecho pero, ¿quién? Ninguno de los chicos pudo ser porque todos permanecimos juntos en todo momento, lo que nos llevó a la conclusión de que no estábamos solos en la casa. Alguien se encontraba en aquel lugar haciéndonos compañía sin ser visto.  

Una voz tras nosotros nos alertó, nos miramos y nos dimos la vuelta a la vez como si formáramos una peonza. Ante nosotros se encontraba un hombre muy pálido, con diversos arañazos en la cara y cortes en los brazos; en su mano derecha sujetaba algo puntiagudo o cortante quizás, pues no podíamos observarlo bien ya que solo llevábamos un par de linternas, las cuales enfocaban a la cara del hombre. Este se echó sobre nosotros, y ese fue el detonante para salir corriendo de aquel lugar y no volver más allí, y así fue, todos salimos corriendo sin mirar atrás.  

Siempre en nuestra conciencia quedará la pregunta sin respuesta: ¿Qué fue lo que ocurrió aquella noche cuando nuestra amiga apareció muerta? Y siempre con la duda de qué sucede en la casa del final de la calle.

Esa noche nos marcó a todos, dormíamos menos y hablábamos menos, esto último provoco la separación de la pandilla poco a poco; y el no querer saber nada más de aquel sitio de por vida.

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