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Blog Colegio San José - Espinardo

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Ciclo de Halloween / Cuentos de terror: Por favor, que sea un sueño

31 octubre, 2017 by José Eduardo

Una nueva entrega de este ciclo de Halloween nos lleva hasta los pensamientos de una chica que no puede controlar sus actos: algún tipo de fuerza superior dirige sus acciones, y ella asiste como un mero espectador a una serie de hechos cruentos ejecutados con sus manos… Se trata del cuento Por favor, que sea un sueño, de Ana Ferrar Salaberry, de 3ºA de ESO.

POR FAVOR, QUE SEA UN SUEÑO

por Ana Ferrer Salaberry

1:30 a.m.

Me levanto. Mis piernas hacen que me siente en mi cama. Mis extremidades, mis articulaciones, mi cuerpo se mueve sin que yo lo controle.

Bajo las escaleras y me siento en la mesa de la cocina. Parece que espero a alguien, o algo. Mis manos empiezan a peinar mi pelo y acabo haciéndome una coleta. Me levantó y me lavo las manos. Abro el cajón y cojo lo que parecen unas tijeras. La habitación se ilumina, mi madre aparece por la puerta y me mira extrañada.

-¿Qué haces levantada a estas horas? ¿Por qué tienes unas tijeras?

-No lo sé.

Acto seguido avanzo hacía mi madre y sin saber cómo ni por qué hundo las tijeras sobre su brazo. Está sangrando. La miro sin comprenderme por lo que he hecho. Se me cae una lágrima. Mis piernas comienzan a andar y, sin saber cómo acabo de hacer semejante cosa, sigo caminando.

1:45 a.m.

Salgo de mi casa. Empiezo a caminar por la calle. No hay gente y apenas puedo ver unos metros delante de mí por la nítida neblina que se causa a estas horas de la noche. Avanzo. Entró en un callejón. Veo a un pequeño gato callejero buscar comida en un contenedor. Me acercó a él. Le piso la cola. El gato maúlla y se encara hacia mí. Clava su mirada en la mía. Apenas unos segundos después, el gato agacha la cabeza y tirita nervioso. Sigo andando hacía mi destino mientras las pequeña fiera se desploma tras de mí.

2:30 a.m.

Sigo deambulando, sola, sin saber a dónde voy. Mi cuerpo no está cansado y sigo vagando.

3:00 a.m.

Cada vez la bruma es menos densa y puedo distinguir ciertos edificios con claridad. Creo que estoy llegando al centro. Paso del arcén a la carretera. Sigo avanzando. Un coche viene de frente. Me pita. Quiero apartarme. No puedo apartarme. El coche consigue girar a tiempo. Noto el aire del motor sobre mi piel. Se estrella. Empieza a salir humo y fuego. Estoy confusa .Mi conciencia está despavorida. Acabo de matar a alguien. Otra vez. Esto no puede ser real. Sigo andando.

 

3:45 a.m.

Me detengo en frente de una casa, parece antigua. Me agacho y, tópicamente, consigo la llave detrás de una maceta. Entro. Está todo a oscuras, pero a mi cuerpo le da igual. Avanzo en las tinieblas cada vez más asustada porque hace rato que me di cuenta de que no era un sueño.

Sigo por un pasillo hasta llegar a una habitación. Puedo ver un hombre sentado en la cama, mirando algo. Percibe mi presencia. Se gira y en sus ojos puedo ver miedo, turbación, dolor… Me acerco a él y lo agarró del cuello de la camiseta.

  • ¡No, por favor! ¡No lo hagas! ¡Lo siento de verdad, no, por favor, no! –El hombre se derrumba y me mira a los ojos, cada vez con menos cordura.

Ahora comprendo lo que pasa. Tengo un cuchillo, tan afilado que podría cortar cualquier cosa con solo rozarla.

  • No me mates… –solloza mientras noto cómo el puñal entra en su cuerpo y deja sin vida a una persona que no conozco.

Mis manos son agresivas pero mi mirada refleja duda, fragilidad…

Salgo de la casa. Tengo la camiseta llena de sangre. Estoy atemorizada.

Por favor, que sea un sueño.

 

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Ciclo de Halloween / Cuentos de terror: El recuerdo de aquel día

31 octubre, 2017 by José Eduardo

Siguiendo con el ciclo de Halloween, la alumna de 1º de Bachillerato Diana Carolina Paniagua Gómez nos deleita con un relato donde las visiones de un joven lo atormentan, hasta que finalmente descubrimos el motivo de dolor que lo atenaza y le hace ver ciertas imágenes terribles…

EL RECUERDO DE AQUEL DÍA

por Diana Carolina Paniagua Gómez

Estaba oscuro, intentaba decir algo pero no me salían las palabras.

–He vivido con esto desde que era pequeño –dije tras un largo intento.

Cerré los ojos y lo vi, la angustia que no me dejaba decir palabra, me ahogaba por dentro, sentía la agonía y lo oía, sabía que no me dejaría.

Ella me sonreía, me prometía cosas, pero no entendía qué era, se acercaba a mí y cuando me tocaba…

–Buenos días –dijo una alegre voz–, ya es por la mañana –decía mientras me destapaba.

–¿Qué hora es? –Contesté mientras me levantaba.

–Tarde, venga, llegarás tarde a la escuela –exclamó saliendo de la habitación.

Otra vez ese extraño sueño, todos los días igual, no lo entendía, pero me daba dolor de cabeza cada vez que me ponía a darle vueltas al tema, así que simplemente intentaba olvidarlo cada mañana.

Bajé a desayunar, mi madre estaba preparándome las tostadas de cada mañana, por lo que yo mientras me puse a hacer la mochila.

–¿Mamá, has visto mi libro de…? –Dije mientras me giraba a mirarla.

Mi madre no estaba, caminé hacia la encimera y vi las tostadas tiradas en el suelo, me extrañé muchísimo y empecé a llamarla, no sabía qué estaba pasando, caminé hacia el pasillo y vi un rastro rojo, me asusté, se me paró un segundo el corazón, seguí aquella línea de gotas que me llevaba al salón; pasaron mil cosas por mi cabeza en aquel momento y cuando entré allí lo presencié.

Me quedé perplejo y asustado, ella estaba ahorcada y mutilada en el salón, las gotas caían una a una, haciendo una melodía, se apagó la luz de repente, no veía nada. ¿Qué estaba pasando? Se oía una voz, una voz melódica, avisándome, diciéndome que tuviese cuidado, yo cerré los ojos y grité.

–Cariño, ¿qué sucede? –Tocándome el hombro.

Me giré muerto de miedo gritando y vi a mi madre.

–Se te va a enfriar el desayuno –dijo con voz dulce.

La miré fijamente, me volví y estaba todo normal, no había nada allí; mis manos temblaban, pero no quise decirle nada a mi madre sobre lo que había visto y solamente la abracé, pensé que no había dormido bien aquella noche, por esos extraños sueños que no me dejaban tranquila.

Desayuné rápido y salí, no soportaba estar dentro de casa, cogí mi bici y me puse a pedalear dirección al instituto.

Había vivido muchos años en este barrio, creo que fue en primer curso de primaria cuando me mudé, antes vivía en una casa más grande, siempre venían mis amigos a jugar, me acuerdo de que fue en ese entonces cuando me enamoré por primera vez de una niña preciosa, tenía unos ojos que siempre me miraban fijamente, a veces me ponía nervioso aquella intimidante mirada, pero había algo que me gustaba en ella.

Me puse a sonreír y soltar una risa llena de nostalgia recordando aquellos tiempos hasta que una horrible imagen vino a mi cabeza; cuando me di cuenta, estaba en el suelo.

–Llamad a una ambulancia –resonó entre el silencio–, está sangrando.

–¿Qué ha pasado? –Pregunté inquieto–. Llego tarde al instituto.

–Chico, ¿no recuerdas lo que te ha pasado? –Preguntó un anciano mientras me ponía un pañuelo en la frente.

Me dolía mucho por todo el cuerpo, no era capaz de moverme, vi a mi lado mi bicicleta, y entonces me cogieron en una camilla y me metieron en la ambulancia, unos señores empezaron a hacerme preguntas, pero al no entender nada, me empezó a doler la cabeza y fue entonces cuando me desmayé.

–¿Te acuerdas de mí? Sé que no me has olvidado –sonaba en mi cabeza–, sé que lo ves, siempre lo has visto.

–¿Por qué no me ayudaste, por qué? –Alguien gritaba dentro de mí–. Me olvidaste.

Solo oía gritos, ¿quién gritaba? Vi una silueta acercarse a mí, levantaba su brazo y lo ponía en mi hombro, me quedé sin respiración en ese momento, me apreté el cuello intentando liberarme de lo que fuese que no me dejaba respirar, intenté dar aliento pero algo me ahogaba por dentro, empezaba a marearme, y terminé cerrando los ojos.

Cuando me desperté estaba en una camilla del hospital de la ciudad, tenía la muñeca vendada, mi madre entró, empezó a preguntarme si estaba bien, pero en realidad no tenía respuesta, me contó lo que le habían dicho que me había pasado y me ayudó a levantarme, me habían dado el alta, ya que no era grave lo que me había pasado, solo me habían puesto un par de puntos en la barbilla y tenía algunos rasguños en la cara, además de un esguince en la muñeca.

Tras terminar el papeleo, me cambiaron la gasa de la barbilla y nos fuimos. Mi madre me llevó a clase, ya que hoy tenía un examen pendiente, junto con el parte médico me dejó en la puerta y quedamos a una hora para recogerme.

Entré rápido al instituto, en la entrada no había nadie, así que pasé sin firmar el retraso, caminaba por los pasillos, ya estaba todo el mundo en clase, pensé mientras subía las escaleras del primer piso, y me adentré en el ala B del instituto, al final del pasillo vi a una chica rubia caminando hacia las escaleras que acababa de subir, tenía unos bonitos andares y el uniforme le quedaba muy bien, tenía un aire muy dulce, me quedé enamorando, cuando se me cruzó olí su perfume y vi en mi cabeza su imagen, me paré un segundo, me quedé en blanco, la imagen que me vino a la cabeza era de ella muerta.

Me giré corriendo por si era verdad, pero ya había desaparecido.

Me puse a hacer el examen intranquilo, no me quitaba eso de la cabeza, me dolía además mucho todo, no sé qué hacía en el instituto después de todo lo que había sucedido esa mañana.

Terminé rápido el examen y sin decir palabra a nadie salí a la hora exacta a la puerta para que mi madre me llevara a casa, no podía más con el día, solo quería llegar y descansar.

Estaba oscuro, intentaba decir algo pero no me salían las palabras.

–He vivido con esto desde que era pequeño –dije tras un largo intento.

Cerré los ojos y lo vi, la angustia que no me dejaba decir palabra me ahogaba por dentro, sentía la agonía y lo oía, sabía que no me dejaría.

Ella me sonreía, me prometía cosas, pero no entendía qué era, se acercaba a mí y cuando me tocaba…

Otra vez el mismo sueño, pero me levanté extrañado, ¿por qué el otro día vi aquella imagen de esa preciosa chica?, ¿tenía algo que ver con estos sueños?

Salí de casa sin desayunar para llegar temprano al instituto, necesitaba verla, subí las escaleras y me puse a pensar en cuál sería su clase, entré en el ala B como el otro día pero no la vi. Sonó el timbre y tuve que irme a mi clase.

El día se puso lluvioso, y yo estaba nervioso por no haber encontrado a aquella chica, a última hora empezó a diluviar, menos mal que había cogido un paraguas, cuando sonó el timbre, salí rápido de clase, me dirigí al pasillo y entonces la vi, la chica que buscaba estaba en el otro lado del pasillo, caminando tranquilamente con su paraguas y su mochila colgada, me intenté acercar a ella pero cuando levantó la mirada miró a mi lado y se quedó parada, asustada, salió corriendo hacia las escaleras que bajaban por el otro lado del pasillo, corrí hacia ella pero a ella, sin querer girarse, al llegar al primer escalón algo la empujó.

Cayó por las escaleras, con su paraguas en la mano, que a mitad de camino se abrió, y que al llegar al final de las escaleras le atravesó el cuello, intentó decir algo pero ya se había desangrado, me puse a vomitar, no me creía lo que había visto, aquella imagen del otro día, aquel susto inocente que me dio mi cabeza inventándose cosas, había ocurrido.

–Esto es un aviso, pensaba que solo me querías a mí– grito una voz enfadada sonando por todo el pasillo–, hoy te arrepentirás de lo que hiciste.

Salí corriendo de allí asustado, tiré mi paraguas en el pasillo por miedo a que me pasara a mí también lo mismo y salí del instituto mojándome con la lluvia y con mi bici, pedaleé rápido hasta casa, al llegar a la esquina un coche paso rozándome.

–¡Chico, lleva cuidado! –Me gritó el conductor del coche.

Tiré la bici y corrí hacia la puerta, tenía mucho miedo, no se me quitaba la imagen de la chica muerta de la cabeza, abrí la puerta y entré, encendí la luz, pero se volvió a apagar, cogí una linterna entonces, llamaba a mi madre a gritos pero no me contestaba.

–Mamá, por favor, contesta –gritaba llorando –, ¡mamá!

Me temblaba todo el cuerpo, entré al salón esperándome lo peor y la vi otra vez allí colgada, mutilada brutalmente, me acerqué y la toqué, esta vez era real, mi mano estaba llena de su sangre. ¿Por qué todo esto?

–Esto es culpa tuya –dijo algo detrás de mí–, todo es culpa tuya.

Giré la cabeza corriendo

–¿Por qué? –Grité dejándome el aliento en ello.

Me estaba volviendo loco.

–Sufrirás el dolor que siente la gente, la gente que ves morir pero que no salvas –dijo ella acariciándome la cara.

Me quedé perplejo, todos los recuerdos vinieron a mi cabeza, era ella, la tenía delante…

–Kyle, Kyle –dijo Menma –mira qué piedras he cogido.

–Menma –contesté–, son muy bonitas, pero si coges tantas no vamos a poder llevárnoslas.

En ese momento la vi, la vi en mi cabeza, bajando por el río.

Mis ojos empezaron a soltar lágrimas.

–¡Menma, vámonos! –Exclamé preocupado–. Vámonos de aquí.

–¿Qué pasa? –Sonrió–. ¡Es muy divertido!

Su pelo era negro y largo, el flequillo le tapaba casi los ojos pero dejaba entrever sus preciosos ojos verdes, me miraban fijamente, tanto que eran capaces de entrar dentro de mí, no podía seguirle la mirada, pero me seguía llamando la atención, éramos pequeños pero aun así sabía que la quería.

–Voy a coger unas pocas más –dijo mirándome enfadada–, quiero llevarme más para regalárselas a todos.

–No seas idiota, Menma, vámonos –dije inquieto por lo que había pasado por mi cabeza.

La cogí de la mano y tiré, pero al hacerlo le tiré las piedras al suelo, me miró con sus ojos penetrantes con odio y salió corriendo gritando:

–¡Cogeré piedras preciosas para todos, ya verás!

Me sentía mal porque se le cayeran por mi culpa, pero además ya estaba oscureciendo y sólo sabíamos salir de aquel bosque por un pequeño camino por el que solíamos venir todos, me puse a recoger sus piedras, la verdad es que sí eran bonitas, me guardé una y las demás las fui recogiendo, en verdad me gustaba cuando me las regalaba, quería, cuando fuésemos mayores, poder regalare yo una piedra preciosa como las que se daban los mayores en un anillo para demostrarse su amor.

Cuando me di cuenta, había estado un rato soñando despierto, corrí hacia donde se había ido, y pensé lo peor, grité y grité pero no me contestaba.

Vi el río tras unos árboles y cuando me asomé la vi, vi su pelo negro bajando por el río, me quedé paralizado un segundo y asustado salí corriendo.

¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué me dejaste allí?

Abrí los ojos y la vi encima de mí, estaba todo oscuro y lleno de agua y me hundía la cabeza en el agua mientras me gritaba mirándome con aquellos enormes ojos, ahora rojos, que eran capaces de hacerme sentir miedo, terror y sobre todo agonía, me dejaba sin respiración mientras me ahogaba en el recuerdo.

–He vivido con esto desde que era pequeño, lo siento, Menma –dije tras un largo intento.

Cerré los ojos y lo vi, la angustia que no me dejaba decir palabra, me ahogaba por dentro, sentía la agonía y lo oía, sabía que no me dejaría, morí ahogado en el recuerdo de aquel fatal día y el recuerdo de las premoniciones y sueños que no me dejaban vivir tranquilo, ahora viviré eternamente con mi amada Menma sufriendo por todos para toda la eternidad, morí el mismo día que la dejé morir a ella…

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Ciclo de Halloween / Cuentos de terror: El asesino del espejo

31 octubre, 2017 by José Eduardo

Un nuevo texto de este ciclo de Halloween se suma a esta festividad para hacerla un poco más terrorífica. El asesino del espejo, de María José Muñoz Manzanares, de 2º de Bachillerato, en el que se retrata la personalidad de un hombre que sufrió mucho de pequeño y que ahora, de mayor, se encuentra desbordado y poseído por la necesidad de venganza, hasta que decide poner fin a los terribles actos a que esa tendencia le obliga…

EL ASESINO DEL ESPEJO
por Mª José Muñoz Manzanares

Reconocía que tenía un mal carácter, pero últimamente sentía que se le había acentuado. Durante el día experimentaba sensaciones de odio hacia todo el mundo, prefería estar en la más absoluta soledad a tener que pasarlo acompañado de gente que solo le producía malestar y le volvía cada vez más y más agresivo.

Todos los días al llegar a casa se encerraba en su cuarto y allí pasaba la noche en vela imaginando cómo le gustaría aliviar sus instintos reprimidos.

Desde que sufrió aquellos horribles tratos por parte de su padre, no se fiaba de nadie y tendía a alejarse de todo el mundo, sobre todo de su propia familia, a la que detestaba desde entonces. El encarcelamiento de aquel hombre no fue suficiente para él. Lo veía por todas partes, en sus profesores, sus compañeros, incluso en el nuevo esposo de su madre, quien se había convertido en su padrastro.

En un principio pensó que aquella forma de ser acabaría al superar, poco a poco, el mayor trauma de su vida, pero en lugar de esto, tomaba cada vez más fuerza y control sobre él.

Acudió a psicólogos, su madre pidió ayuda de todo tipo para consolar a su hijo, pero este no experimentó ningún tipo de mejora. Incluso se mudaron de ciudad para cambiar de aires y poder comenzar una vida nueva, pero nada era suficiente. Esto supuso que perdiese los pocos amigos que conservaba en su ciudad y que aspirase a una soledad absoluta. Cuando alguien nuevo se acercaba a él, huía al instante por el carácter antisocial al que se adaptó, y de forma voluntaria o no, cayó en la más profunda de las depresiones.

Una noche, mientras dormía, se despertó sobresaltado. De pronto escuchó un fuerte golpe en la casa.

Se levantó confundido cuando aquel golpe volvió a sonar. Procedía del baño de su madre y su nuevo marido. Al entrar a su habitación, le extrañó que ellos no se hubiesen despertado con el estruendoso ruido. Estaba asustado, y su mal humor comenzó a surgir. Una sensación de agobio le inundaba. Al asomarse se encontró con la sorpresa de que todo estaba bien, nada se había roto y todo estaba en orden. Miró el reloj. Eran las 3:33 a.m. Decidió entonces volver a la cama con la intención de conciliar el sueño. Era la primera vez tras muchas noches en vela que conseguía dormirse y descansar un poco.

En el fondo a él no le gustaba ser así. Desde pequeño había sido buen chico, siempre estaba muy feliz y le gustaba mucho estar con su familia y amigos. Pero la paliza que le dio su padre repetidas veces hasta dejarlo inconsciente, lo cambió y le hizo ver que por muy bueno que fuese y por muy bien que actuase frente a los demás no valía para ganarse el amor y respeto del hombre que le había dado la vida, y decidió entonces no merecer nada.

Cuando al fin consiguió dormirse de nuevo, aquel desagradable golpe volvió a escucharse en el baño de su madre y su padrastro. Sin miedo y con decisión de averiguar qué causaba ese sonido, fue corriendo hacia allí. Ellos dormían. El pulso se le aceleró cuando, al encender la luz, encontró el espejo roto con enormes grietas. Entonces se sobresaltó. Tras los trozos del cristal roto, no podía creer lo que veía reflejado. Su padre estaba detrás de él. Se paralizó completamente, no conseguía articular palabra ni mover un solo músculo. Se sorprendió aún más cuando el espejo le mostraba a alguien que empezó a pegar a su padre: puñetazo tras puñetazo, la cara de aquel hombre sangraba y sangraba sin parar. ¿Era todo producto de su imaginación? Viendo esas imágenes sentía una sensación de satisfacción mezclada con miedo. No podía parar de mirar, disfrutaba al ver cómo aquel chico le daba la misma paliza que le había dado a él algún día. Cuando el reflejo mostraba a su padre inconsciente y con una continua pérdida de sangre consiguió ver el rostro del autor. Era él mismo. Comenzó a hiperventilar cuando, al apartar la mirada del espejo, se miró las manos y estaban llenas de sangre. Sobresaltado, se dio la vuelta y encontró a su padrastro en el suelo. No cabía duda, estaba muerto. Él lo había matado. De nuevo, había visto la figura de su padre en otra persona. Y así siguió pasando, su instinto seguiría traicionándole hasta el final de sus días. Sabía que solo había una solución, y decidió ponerla en práctica para evitar hacer más daño a la gente.

Buscó el edificio más alto de la ciudad y maldiciendo al hombre que le había arruinado la vida y le había convertido en lo que ahora era, reunió el valor para lanzarse al vacío.

No sintió miedo, solo odio, pero esta vez, hacia sí mismo.

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Ciclo de Halloween / Cuentos de terror: Invasión apocalíptica

31 octubre, 2017 by José Eduardo

Otro cuento terrorífico de este ciclo de Halloween que ofrecemos a los lectores es Invasión apocalíptica, escrito por Abraham García Ibañez, de 4ºB de ESO, un relato acerca de una expedición al espacio exterior que acaba volviéndose en contra de la humanidad, con unas consecuencias… apocalípticas.

INVASIÓN APOCALÍPTICA

por Abraham García Ibáñez

6 de Marzo de 2198

El explorer98 llevaba ya 128 días fuera del sistema solar. Desde la sede de la NASA en Houston, Texas, todos los operarios estaban expectantes a la vez que nerviosos. Hasta ese momento, la expedición iba según lo previsto pero estaban a punto de hacer una maniobra arriesgada. Iban a pasar cerca del planeta v391 Pegasi b, un planeta “similar” a la Tierra. Y no exactamente por su apariencia física, sino por su historia. Está previsto que La Tierra arda en cenizas en unos 5000 millones de años debido a la fase de estrella gigante roja por la que pasará el Sol; y es que Pegasi b ya ha pasado por esa etapa. Es por eso por lo que querían observar el planeta de cerca y ver cuáles han sido las consecuencias.

La nave estaba tripulada por el astronauta e ingeniero Jerry Smith, la ingeniera Alice Porter y el doctor Nikolai Vasiliêv. Es una expedición que llevaba muchos años intentando hacerse, y las dos potencias más interesadas en realizarla eran la estadounidense y la rusa. Para llevarla a cabo se necesitaban las tecnologías más novedosas y eficientes. Apenas 20 años antes se había inventado la “supervelocidad”, que funcionaba con un gas de un elemento químico artificial, por lo que era muy inestable y peligroso, pero a la vez necesario para viajar a distancias tan alejadas; y es que el Pegasi b está a 4.500 años luz de la tierra […].

Habían recibido la orden de acercarse a aquel exoplaneta cuando la nave recibió una fuerte sacudida, pero su rumbo no se modificó. Sin embrago no pasó ni un minuto cuando la nave se tambaleó otra vez y comenzó a caer. La fuerza de la gravedad del planeta era demasiado fuerte y la nave no podía retomar el vuelo. Caían en picado. Los tripulantes mandaban mensajes de auxilio a los centros espaciales pero sabían que eran en vano. La distancia con La Tierra era tan grande que la señal podía tardar hasta tres horas en llegar. La gran nave caía sin cesar ante un gran desierto rojo devastado por el fuego ardiente de su estrella. Estaban a unos 3 kilómetros del suelo cuando el astronauta ruso se desmayó y la ingeniera Porter no paraba de vomitar; sólo quedaba Smith, que intentaba de todas las formas posibles elevar la nave pero era inútil, no respondía. 2km, 1 km, 500 m, 100 m, 0.

La nave había quedado intacta, de alguna forma se había amortiguado el golpe. Los tripulantes estaban ilesos, aunque Nikolai seguía inconsciente. El comandante Smith quiso salir al exterior para ver cuáles habían sido los daños de la nave. Se puso el traje espacial y salió a inspeccionarla.

Pero nada más salir, aparecieron del suelo una serie de animales extraños con cabeza ovalada y dos patas, dos filas de dientes y color negro que atraparon al astronauta y se metieron en la nave. Despegaron y salieron de aquella gran bola roja.

25 de Enero de 2203

La nave había pasado el cinturón de asteroides. La base estadounidense de Marte estaba alerta por un posible ataque de los extraterrestres. Tenían toda clase de armamento preparado para disparar tras la orden, pero el plan A era capturar a los alienígenas para examinarlos.

La señal con la nave la habían perdido desde el momento del impacto en el planeta Pegasi. No sabían qué había estado pasando en el interior del transportador. Pensaban que los monstruos sabían ir a La Tierra porque había un gran mapa del Sistema Solar en la nave.

En el interior del vehículo espacial se encontraban los alienígenas. Pero no dos o tres, sino cincuenta. No se reproducían como los seres humanos, se reproducían mediante mitosis, y no eran más porque no cabían en la nave. Tenían una gran cabeza translucida que dejaba apreciar la forma del cerebro y muchas conexiones sensoriales.

La nave llegó al planeta rojo tan conocido por las personas, Marte, donde vivía aproximadamente el 30% de la población de seres humanos. La Tierra se había quedado sin recursos para abastecer a todos y tuvieron que ideárselas para mudarse a otro planeta. Los alienígenas bajaron y no vieron a nadie alrededor. Habían amartizado en un pequeño cráter en la cara opuesta en la que se encontraban las personas.

Salieron los 50 invasores e iniciaron su búsqueda de carne fresca. Pero a medida que avanzaban, se iban multiplicando en número. Su fase reproductora no tardaba más de 20 minutos y cuando llegaron a la civilización, ¡ya eran 1000!

Las fuerzas estadounidenses abrieron fuego pero sin ningún resultado destacable. Consiguieron vencer a algunos centenares pero eran demasiados y se abalanzaron sobre ellos. La mayoría de los soldados fueron degollados por las grandes zarpas. Los Pegasianos cogieron las armas y se subieron a todos los cohetes que había en la gran base. Despegaron y pusieron rumbo a La Tierra con la intención de terminar con la raza humana como ya habían hecho en Marte.

22 de Julio de 2203

La gran flota de naves se acercaba a La Tierra. Los alienígenas ya eran 100.000, y además, los heridos se habían recuperado porque podían regenerar las partes del cuerpo siempre y cuando conservaran el cerebro.

El mundo estaba llegando a su fin. Cuando las naves aterrizaron, los defensores abrieron fuego pero no tenían nada que hacer. Los invasores usaron el armamento que habían recogido y poco a poco fueron terminando con la vida de las personas.

Finalmente, a los 51 días terminaron con la vida de La Tierra. Se montaron en las naves y dejaron atrás aquel planeta azul. Esa especie superior intelectualmente había arrasado todo a su paso y ahora seguía su camino por el Universo.

Pero antes de morir, alrededor de 20 humanos consiguieron escapar sin ser vistos por el enemigo y pusieron rumbo a un nuevo sistema planetario, que repoblarían y empezarían de nuevo. Eso si conseguían no ser vistos…

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Ciclo de Halloween / Cuentos de terror: Las cuatro ovejas

31 octubre, 2017 by José Eduardo

Otro nuevo relato de terror para ponernos los nervios como escarpias este Ciclo de Halloween es el de Anaís Lastra Soriano, de 4ºB de ESO, titulado Las cuatro ovejas, que trata sobre una terrible injusticia y sobre una truculenta venganza…

LAS CUATRO OVEJAS

por Anaís Lastra Soriano

Érase una vez en un pequeño pueblo de Inglaterra llamado Cotswolds, una encantadora familia que vivía en una apartada casa en la colina de un monte cercano. Estaba formada por un padre que trabajaba en la mina del pueblo y una madre ama de casa, los cuales tenían un hijo llamado Jonas.

Este era un niño antisocial que se pasaba la mayor parte del tiempo en un descampado detrás de su casa. Como no le hacían caso, nadie sabía a qué jugaba en ese apartado lugar, solo aparecía su padre de vez en cuando para pegarle palizas, las cuales le fueron dejando secuelas en su memoria.

Un día llamó a la puerta de Jonas una muchedumbre enfurecida. Reclamaban al niño ya que era el único sospechoso de la muerte de cuatro ovejas calcinadas, que aparecieron cerca del descampado donde solía jugar. El padre sacó al niño fuera y ante toda la gente lo castigó, dándole golpes con palos y piedras hasta que este perdió el conocimiento.

Se levantó días más tarde en la cama de su habitación, con los ojos todavía ensangrentados y unas agujetas insoportables de la paliza, y lleno de rabia se escapó. Él no era el culpable de la muerte de esas ovejas y esto no iba a quedar así. Se escondió en un bosque cercano y ahí permaneció sin que nadie supiera nada de él durante años. Aprendió a sobrevivir con las dificultades de la naturaleza y se convirtió en una “máquina de matar”.

Cuando el tiempo pasó y nadie se acordaba de él, volvió al pueblo y sin ser visto fue ejecutando sus venganzas. Primero mató a todo el ganado del pueblo, incendió cosechas y asesinó a un granjero. Todo el mundo estaba desconcertado, en un pueblo tan pequeño donde la gente conectaba tanto empezaba a fluir la inseguridad.

El chico siguió permaneciendo oculto y aterrando al pueblo, en el cual cada vez se respiraba más el miedo.

Empezaron a producirse más y más altercados y la gente no quería salir de casa, ya que se sentían inseguros por si les pasaba algo, aunque Jonas fue casi directamente a por los suyos. Ahorcó a su padre y secuestró a su madre para llevarla a lo alto de la colina. La ató a un tronco y la decapitó, prendió el tronco en llamas y lo tiró colina abajo, rodando este hasta la plaza del pueblo.

La gente se quedó patidifusa, el caos empezó a reinar en el pueblo y la gente perdía el control, asustados y temiendo por sus vidas comenzaron los asesinatos entre vecinos.

Jonas continuo quemando el campanario del pueblo y el fuego se fue extendiendo a todas partes, devorando casa por casa a todo el vecindario y matando lentamente a los habitantes. Mientras, este disfrutaba del panorama y colgaba una cuerda a la rama de un árbol centenario del descampado donde jugaba.

Cuando el fuego consumió el pueblo, y después de muchas horas de terror, este ató la cuerda a su cuello y se ahorcó dejando atrás una vida de complejos y temores provocados por la mala gente de su entorno.

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Ciclo de Halloween / Cuentos de terror: Muddle

31 octubre, 2017 by José Eduardo

Otro relato de terror que se inserta en el Ciclo de Halloween con el que celebramos esta festividad es Muddle, escrito por Daniela Bayona Jiménez, de 3ºC de ESO, que nos cuenta la aventura de un grupo de amigos que se adentran en una mansión y se encuentran con una bruja que roba la energía de la gente y una planta que habla y que resulta ser…

MUDDLE

por Daniela Bayona Jiménez

El relato comienza un 31 de Octubre por la noche; cuando comienza a brotar una planta en la mansión de Neferet (cuyo significado procede del egipcio y significa «bella mujer»), la más fea, cruel, temida y poderosa bruja de todo Chesterfield. Ese mismo día nació Robert, un niño curioso y muy miedica.

Pasaron los años y la planta creció de una forma muy extraña: tenía como una cabeza, y… un cuerpo; aunque no tenía ni piernas ni pies pero parecía que le iban a crecer. Robert también creció, pues habían pasado 12 años. Él, como todos los días a las ocho y cuarto de la mañana, se iba al colegio, pero, cuando volvía, sentía una extraña sensación. Cada día que pasaba, las calles estaban más vacías; y él escuchaba gritos, como gente pidiendo socorro; además escuchaba una vocecilla que le decía:

-¡Ayúdales!

Le preguntó a su amigo Simmon:

-¿Oyes eso?- Y Simmon le dijo que no. También sentía como si alguien le persiguiera; cada vez que se giraba veía una sombra y le entraban escalofríos. Simmon le preguntaba:

-¿Estás bien?

-¡Sí, sí, no es nada! -Pero en realidad, estaba muerto de miedo.

Un día, mientras estaba jugando al frisbee en el parque, se desmayó; perdió el control de su cuerpo y se cayó. Lo llevaron al hospital. Allí estuvo en coma como unas dos o tres horas y de repente se despertó.

-Todo perfecto- le dice una enfermera. Simmon le dijo:

-¡Menudo susto nos has pegado! ¡Fue como si te hubieran electrocutado!

Sus amigos sabían que era muy miedica y siempre se burlaban de él. Días antes de Halloween le dijeron:

-¿A que no te atreves a ir a la mansión de Neferet? -Y Robert , como se estaban burlando, se quiso hacer el valiente y aceptó.

Llegó la noche del 31 y él y sus amigos se fueron a pedir caramelos y después irían a la mansión de Neferet.

Llamaron a la primera casa y nadie abrió la puerta. Llamaron a la segunda casa y tampoco contestó nadie. Hasta que… al llamar a la tercera casa, la puerta se abrió sola y a pesar del miedo que les dio entraron. La casa estaba a oscuras y se escuchaba a alguien trajinando en la sala de estar. Nadie se atrevía a mirar allí, así que, los demás empujaron a Robert. Cuando se asomó, vio a un hombre encapuchado y se asustó. Robert se quiso ir sin hacer ruido, pero al girarse, presintió que el hombre le estaba mirando. Para comprobarlo se quiso girar otra vez y vio cómo le miraba una capucha andante; porque no se le veía ni el cuerpo ni la cabeza, solo se veía que tenía piernas y pies. Robert estaba temblando tanto que parecía gelatina, no le dio tiempo ni de gritar porque, de repente, el encapuchado salió corriendo a la velocidad de la luz. Todos estaban asustados y asombrados ante lo que acababa de pasar. Por eso, se fueron rápidamente a sus casas y se olvidaron de ir a la mansión de Neferet.

Nadie podía dormir pero Robert sí se durmió aunque un poco asustado. Entró en un sueño profundo, en el que soñaba con una planta pero no le dio tiempo a más, porque poco a poco se iba despertando al oír otra vez esa voz que decía:

-¡Ayúdales! ¡Están en peligro! -Pero esta vez además dijo:- Soy yo. El de la casa.

Cuando se despertó, tenía delante la cara de un ser raro, una planta con cabeza y cara y… Se pegó tal susto que el corazón le iba a mil. Se levantó de la cama rápidamente y se aprisionó contra la pared. Él no podía creer lo que estaba viendo, una planta con aspecto humano y ¡la planta le estaba hablando!, pero… además, sin mover la boca. Le estaba hablando como con la mente. Robert hiperventilaba e iba a chillar pero la planta se dio cuenta, le tapó la boca y lo tranquilizó diciéndole:

-Cálmate; ya sé que soy una planta con aspecto humano pero soy inofensiva. No te haré daño, solo quiero que me ayudes a ayudarles.

Robert le hizo muchas preguntas:

-¿Quién eres? ¿De dónde vienes? ¿Qué clase de planta eres? ¿Por qué leo tu mente? ¿Cómo sabías que podía hacerlo?

Él le respondió:

-Soy una enredadera y no tengo nombre. Vengo de la mansión de Neferet, ahí es donde nací, en ese jardín tenebroso sin ninguna planta. Soy una planta mágica y nacimos el mismo día, ¿no?

-¿Sí? -Respondió Robert.

– Por eso puedes entenderme -dijo la planta.

-Con que eras tú; y dices que no tienes nombre… ¡Te llamaré Muddle!

-De acuerdo -respondió la planta.

-¿Y qué era eso que decías de ayudarles?

-Ven y te lo enseñaré -dijo Muddle (significa lío o desorden) susurrando.

Robert llamó y reunió a todos sus amigos y se los presentó diciendo:

-Chicos, este es Muddle -mientras, Muddle se quitaba la capucha. Y, al igual que Robert, todos se asustaron. Robert les explicó que venía de la mansión de Neferet, que era inofensiva y solo venía a ayudar; que a él también le resultaba difícil de creer. Simmon dijo:

-¿A ayudar a qué?

Robert le dijo al oído:

-Verás, recuerdas que hace tiempo, mientras subíamos a casa, te pregunté si escuchabas eso y tú me preguntaste si me pasaba algo.

-Sí.

-Pues resulta que escuché gritos y sentía que alguien me perseguía; y el de la casa era él. Así que, creo que tengo pistas, como esas, para saber qué pasa o qué me pasaba.

Pusieron rumbo a la mansión de Neferet. Tuvieron que pasar un bosque oscuro. Se escuchaban cuervos, había niebla y los árboles hacían un camino, también, parecían tener cara y seguirte con la mirada; la luna iluminando el camino con su luz… Todas esas cosas lo hacían aún más terrorífico. Pasó una hora hasta que llegaron.

Y al fin llegaron. Todos iban juntos y pegados los unos con los otros del miedo que tenían. Muddle se escondió y ellos llamaron a la puerta, pero antes de llamar se escuchó una risa malvada de bruja. Simmon dijo:

-¿Estás seguro de esto? -Y Robert respondió:

-¡No me hagas cambiar de opinión! -chillando de lo nervioso y aterrorizado que estaba.

Al llamar, les abrió la puerta una mujer vieja, arrugada, bizca y con artrosis, tanto que parecía tener pelotas de ping-pong en las manos. Todos echaron a correr hasta no poder más; corrieron hasta salir del bosque. A todos les faltaba el aliento. Se pusieron a hacer recuento y ¡Simmon no estaba! Robert no se lo pensó y volvió corriendo al bosque a rescatarlo. Él no lo sabía pero le estaba haciendo frente a sus miedos. Muddle también fue y entre los dos sacaron a Simmon, que estaba siendo absorbido por el cieno. Tuvieron que ingeniárselas para sacarlo. Utilizaron como palanca un árbol caído hacia el pantano donde estaba Simmon: él se subió en un extremo y Robert y Muddle en el otro.

Al día siguiente sus amigos no paraban de presumir de que habían ido a la mansión de Neferet, cuando ni siquiera entraron. Robert no hacía más que preguntarse sobre qué es lo que pasaba y si tenía algo que ver con Neferet. Por ello, fue al cobertizo y buscó libros sobre brujas, hechizos… (porque a su madre le gustaba mucho leer y siempre había querido predecir el futuro). Mientras, Muddle apareció de repente:

-¿Qué haces, Muddle?

Robert dio un respingo.

-¡Qué susto! ¡Si no quieres que me muera, no hagas más eso! Estoy informándome.

-¡Te ayudaré!- Dijo Muddle.- ¡Aquí hay uno que te puede interesar! -Encontró uno que decía «luna llena». Y decía que era cuando las brujas solían hacer sus conjuros… Robert no dudó en buscar en el calendario cuándo era el siguiente día de luna llena; miércoles 1. “¡Esta noche!”, se dijo en su mente.

Robert se preparó su mochila, metió un bolígrafo y una libreta, una botella de agua, unas linternas, una cuerda por si pasaba algo, etc. Llamó a Simmon para que le acompañara y sobre las ocho y media de la noche se fueron a la mansión. Entraron por la puerta trasera que Muddle le dijo a Robert que había. La puerta estaba en el suelo y tenía puesto un candado así que tuvieron que buscar la forma de abrirlo. Probaron con el bolígrafo, una rama fina que había al lado de la puerta, un clip… pero no se abrió. Así que Simmon le estuvo dando vueltas al asunto y dijo:

-Chicos, si la casa es de una bruja, a lo mejor está protegida con magia, ¿no?

-¡Eso es, Simmon! -Dijo Robert

-¡Podíais habérmelo preguntado a mí! -Añadió Muddle. Como Robert se trajo el libro de hechizos de brujas de su madre, probaron.

-A ver, a ver; hechizo para abrir candados… ¡Aquí está! Pero necesitamos una varita.

-No pasa nada, podemos utilizar la rama que cogimos antes -dijo Simmon.

-Muy bien. ¡Gracias Simmon!

-¡A la una, a las dos y a las tres, el candado se abrirá, ya lo ves! -Conjuró Robert. El candado se abrió y entraron, pero había como un campo de fuerza que impedía pasar a Muddle, él se quedó fuera intentando romperlo.

Había unas escaleras hacia abajo y la puerta estaba en el suelo, o sea, que tendría que conducir al sótano. En efecto, abrieron y había muchos trastos, todo estaba lleno de polvo.

-¡Eh, Robert, mira esto! -Robert miró y, como sabía que era Simmon con una careta, no se asustó.

-¡Vamos, se que eres tú! Ya no me asustas -dijo Robert.

-¡Jo, me gustaba más antes cuándo te asustabas! -Dijo Simmon en broma. De repente, se escucharon pasos que venían de la habitación de arriba y descendían hacia el sótano.

-¡Escóndete, Simmon! -Dijo Robert. Y se escondieron detrás de un montón de cajas apiladas.

-¡Quédate ahí, mengajo asqueroso! -Dijo Neferet.

-¡No me hagas nada, por favor!

Y es que resulta que Neferet había encerrado a alguien en el sótano. Encendieron la luz y era un niño.

-¿Cómo te llamas? -Le preguntó Simmon.

-¡Me, me, me llamo Arthur! -Dijo el niño tartamudeando.

-Y ¿qué haces aquí? -Le dijo Robert.

-Nos tiene cautivos, a mí y a mis amigos. Vinimos el día de Halloween a pedir caramelos y desde entonces no nos ha soltado, ni creo que nos suelte. ¡Nos quiere matar!

-Tranquilo, nosotros venimos a ayudar-dijo Robert.

-¡Ah, sí! La planta nos dijo que iba a buscar ayuda.

-¡Ah! ¿Ya la conocéis? ¡Pues ahora se llama Muddle!

-¡Estupendo!

-Bueno, nosotros iremos arriba, tú quédate aquí -dijo Simmon

-¡No! ¡Yo iré con vosotros! ¡No quiero que esa bruja me mate!

-Vale, vendrás con nosotros.

Mientras tanto, Muddle seguía intentando romper el campo de fuerza: tiraba piedras, ramas grandes y pesadas, intentaba traspasarlo haciendo fuerza, pero nada, no funcionaba.

Subieron arriba y como el suelo chirriaba, por poco los pillan, pero se hicieron invisibles con el hechizo que había estado practicando Robert, porque sabía que le iba a ser muy útil. Espiaron a la bruja desde detrás de unas mesas con experimentos en probetas, tubos de ensayo… Y esperaron a las diez de la noche. A esa hora el techo se desplegó y se veía la luna llena. Neferet cogió a uno de los amigos de Arthur y lo sentó con las manos y los pies atados a la silla de madera, la boca también se la tapó. Neferet conjuró un hechizo, y con ayuda de la luz de la luna absorbía la energía del amigo de Arthur. Robert intentó impedirlo echándole un cubo de agua que había, pero lo único que consiguió es que el agua cayera en los cables de la luz y se quedaran a oscuras. Nada la paró, Neferet seguía absorbiendo la energía de su amigo. Neferet parecía una bombilla azul de la luz que desprendía y cada vez se hacía más joven. Arthur estaba tan nervioso que no podía parar de moverse y sin querer tiró todos los experimentos de la mesa. Fue como a cámara lenta.

Robert gritó:

-¡Cuidado Arthur!

Y después Neferet gritó:

-¡No!

Todos los experimentos se mezclaron y formaron una explosión.

Los científicos creyeron que murieron todos pero hubo un superviviente: Yo, Robert Wilson Smith. Y sobre Muddle no se volvió a saber nada; pero entre dos ladrillos quedó una pequeña semilla… ¿Qué pasará el próximo Halloween?…

FIN

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Ciclo de Halloween / Cuentos de terror: Viaje de vuelta

31 octubre, 2017 by José Eduardo

Retomamos el ciclo de cuentos de terror con motivo de la fiesta de Halloween. Los alumnos de ESO y Bachillerato han escrito una serie de relatos de miedo, fantasmas, apariciones, venganzas…, algunos más cruentos que otros, pero todos pondrán al lector los nervios como escarpias…

Comenzamos con una narración de Irene Xue-Feng Lope Mateo, de 3ºA de ESO, titulada… 

VIAJE DE VUELTA

por Irene Xue-Feng Lope Mateo

Miró el reloj. Se prometió a sí misma que esa sería la última pregunta que contestaría. Era ya tarde y había dedicado demasiado tiempo a aquella exposición. No contestaría ni saciaría más la curiosidad de aquellos estudiantes incansables. Llevaba más de diez horas exponiendo sobre «Tratados de economía en la Europa medieval». Se esforzó en contestar sin detalle y directamente dio por terminada la sesión. Con la voz más aguda de lo normal soltó un cortante «muy bien, esto es todo. Muchas gracias por vuestra atención». Estaba cansada y tenía ganas de llegar a casa. Sentir el calor y el confort de su salón recién reformado y disfrutar de su sofá nuevo, limpio, mullido, recién adquirido en aquella tienda de muebles que a ella tanto le gustaba. Parece que los estudiantes habían entendido la señal. Todos empezaron a removerse en sus asientos recogiendo sus cosas. Algunos con más rapidez que otros.

Eran las diez de la noche, una noche de invierno fría y húmeda. Se había librado por poco de las previsiones de una nevada en la zona en los próximos días. Sí, quería volver a casa. Se dirigió con decisión a la puerta, casi sin mirar a nadie, para evitar que alguno se le acercara con una duda o comentario de última hora y le retrasara la huida. Ni siquiera quería agradecimientos. Solo quería irse a casa y descansar. Recorrió el pasillo mientras cargada con sus pesadas carpetas rebuscaba en el bolso las llaves del coche. Tenía un largo camino a casa. Una hora y media aproximadamente. No quería perder ni un minuto. El camino hasta el parking se le hizo largo. Si bien era un edificio nuevo y equipado con todos los servicios propios de un centro de negocios, reuniones, congresos y un largo etcétera, a esas horas resultaba solitario y misterioso. El silencio era brutal, no se oía nada ni a nadie. Sus pasos se marcaban en la moqueta. Pudo sentir en su espalda un pequeño escalofrío. Paró un segundo. Silencio. Nada. Decidió reanudar el paso. No le gustaba esa soledad. Pudo coger el ascensor que se encontraba al final del pasillo. Los mecanismos del montacargas se oían con absoluta nitidez. Llegó al sótano. Apenas se encontraban ya coches aparcados. Lógicamente la mayoría del personal estaba ausente. La soledad era enorme. No tenía miedo, pero la escena sí le daba cierto respeto. Localizó su coche a lo lejos. Se animó sola. «¿Qué puede pasar? Aquí no hay nadie». Con un paso rápido, como de carrerilla, metió la llave y, soltando bruscamente las carpetas en el asiento del copiloto, se apresuró a cerrar la puerta y, acto seguido, pulsó el botón de cierre automático.

Ya estaba a salvo. El coche resultó ser su protector en ese sótano solitario. Entonces emprendió la marcha y un contenido suspiro de alivio salió de sus labios. No le costó mucho salir de la ciudad. A esas horas el tráfico era casi inexistente. Todo brillaba. Las luces de las farolas y los semáforos se reflejaban en el suelo bañado por la suave llovizna que había estado presente todo el día. «Ojalá la fluidez del tráfico fuera siempre así», se decía. Nunca le había gustado la idea de depender tanto del coche para llevar a cabo su trabajo, pero esto era lo que había. No era posible ni coger el tren de cercanías ni el autobús por el horario. El interior del vehículo estaba frío, por lo que decidió poner el climatizador y la radio. ¿Por qué no? Buscaría alguna emisora en la que pusieran música. Nada que le hiciera pensar ni preocuparse. Siempre le había gustado el paisaje del camino. La carretera llena de curvas rodeada de altos árboles era intimidante y al mismo tiempo maravillosa. Sintió la soledad en la más absoluta oscuridad. Todo a su alrededor estaba negro. Algo no iba bien. El acelerador no respondía. El coche, a pesar de pisar el pedal, no aumentaba la velocidad. Algo estaba ocurriendo. Un sonido extraño que provenía del motor auguraba lo peor. Se quedó quieta en el asiento. Notaba que el calor del interior estaba escapándose. Volvió a sentir un escalofrío que se deslizaba desde su nuca y se desplazaba poderosamente hacia su espalda. Miró a los lados a través de las ventanas. Todo era oscuridad, todo era abismo, como si tras esos cristales no hubiera absolutamente nada.

Estuvo dudando por un momento qué hacer. ¿Salir? ¿Gritar? ¿Salir y correr? ¿Salir y gritar? ¿Salir correr y gritar? No, había otra salida. Se giró hacia el asiento derecho y lanzó sus manos nerviosas al interior del bolso con el único propósito de encontrar su móvil. Lo agarró y trató de encender la pantalla. Había cierto temblor en sus manos. La ansiedad le impedía atinar con el uso del aparato. Cuando después de varios segundos pudo hacer que la pantalla se iluminase, un sudor frío surgió de todo su cuerpo haciendo que se estremeciera. No había cobertura. Este era el momento. Debía salir del coche. Mirar si a lo lejos se acercaba algún coche o tratar de encontrar cobertura moviendo en el espacio el móvil con el objetivo de conseguir algo de señal. De repente, cuando su mano se encontraba sobre el dispositivo de apertura de la puerta, notó un golpe seco. En el mismo asiento gritó y se revolvió echándose las manos a la cara. «¿¡¡¡¡Qué demonios había sido eso!!!!!?».

La lluvia caída se había acumulado en el cristal del parabrisas y solo se apreciaba una sombra oscura deforme. Decidió salir del vehículo para ver lo que era. Se detuvo en el lateral y pudo ver con bastante alivio que el cuerpo deforme era una rama de grandes dimensiones. Se apresuró a retirarla. Mientras estaba llevando a cabo la tarea observó unas luces lejanas que se acercaban a velocidad. «Por fin un poco de suerte». Quienquiera que la viera se detendría y podría ayudarle. Se quedó parada, impasible, quieta como si la realización de un sólo movimiento hubiese hecho que aquellas luces desaparecieran. Era su oportunidad. La de ir a casa y olvidar el mal rato que estaba pasando ahí sola, en medio de la oscuridad más profunda. Sin embargo todas las esperanzas se fueron cuando el coche, pasando de largo, hizo revolotear su pelo a pocos centímetros. Cuando ya estuvo alejado unos treinta metros se detuvo en seco iluminando la carretera con las luces rojas de freno. Como un resorte echó a correr moviendo los brazos y gritando, llamando su atención, pero justo cuando se encontraba a poco más de dos metros un acelerón brusco hizo que rodaran las ruedas chirriando en la calzada y levantando el polvo del camino. Y de la misma manera que apareció se fue. No se fijó en la matrícula y apenas pudo reconocer el modelo.

De nuevo reparó en que estaba en medio de la oscuridad y llevándose las manos a sus brazos sintió otra vez el frío. Pero esta vez no solo era el aire gélido del invierno sino la sensación de que no estaba sola en aquel lugar. Decidió volver al interior y resguardarse hasta que se le ocurriera algo para poder salir de ahí. Había pasado una hora aproximadamente sentada en el asiento del piloto. El sueño, el hambre y el frío empezaban a hacer mella en su ánimo y en su cuerpo. Su única esperanza era que alguien, un vecino, un compañero de trabajo sospecharan que le había pasado algo por no poder comunicarse con ella y mandaran a buscarla, pero a esas horas sabía que era difícil. No quería quedarse dormida así que, para mantenerse en vela, decidió armarse de valor otra vez y abrir el capó del coche para ver si había algo que pudiera hacer, aunque sus conocimientos de mecánica eran nulos.

Abrió la puerta y cuando ya tenía medio cuerpo fuera oyó un ruido de ramas que provenía de la otra parte del arcén, miró y sintió una presencia oscura y grande que a su paso tumbaba los árboles. Su instinto le hizo meterse de nuevo en el coche y cerrar la puerta de golpe, sin miramiento. Esta vez no era la esperanza de una ayuda, sino la certeza de algo que amenazaba su seguridad. Los cristales del coche por dentro estaban empañados, pues el frío fuera era mayor. Se revolvió girando de un lado a otro en el asiento intentando encontrar ese ser amenazante. Oyó un fuerte golpe que vino de la parte del maletero. Trató de mirar por los espejos retrovisores, pero se movía con rapidez. Nada. Luego siguieron los golpes y zarandeos. No había duda, eso, lo que fuera, tenía mucha fuerza. Golpeó la ventanilla desquebrajando el cristal. «¿Qué era aquello?». Ahora a través del cristal delantero vio una silueta gigantesca con lo que podía ser una cabeza y brazos unidos a un torso descomunal. De repente el coche empezó a inclinarse por la parte delantera haciendo que sus rodillas chocaran con el salpicadero y que, irremediablemente, se deslizara hacia la parte trasera del vehículo. No podía dejar de gritar horrorizada por la situación.

Cuando ya pensaba que el coche iba a rodar sobre sí mismo notó el vacío cayendo de nuevo al suelo. La sacudida fue tan fuerte que su cara chocó contra el volante. Sintió que sangraba por la nariz. De nuevo se hizo el silencio y la oscuridad. Temblaba como una hoja. Sentía en todo su cuerpo el miedo. A través de los cristales intentó mirar lo que había fuera y cuando giró la cabeza hacia la ventanilla de su asiento pudo ver un rostro blanquecino de ojos rojos como rubíes y una boca enorme con dos colmillos tan blancos que hicieron por segundos sentir que se iluminaba el cristal. Apoyaba sus manos huesudas en el bordillo de la ventanilla, parecía llevar una especie de capa de tela negra. Nunca había visto una criatura semejante. Un grito agudo, ensordecedor salió de su garganta y las lágrimas se mezclaron con la sangre que había salido de su nariz instantes antes. Pensó que irremediablemente moriría en aquel lugar, sola y muerta de frío. Aquel ser monstruoso volvió a desaparecer de su vista, pero su presencia se notaba porque se oía rozar su cuerpo contra la chapa. Esperaba otra embestida, esta vez estaría preparada. Así que en un movimiento ágil saltó hacia los asientos traseros, pero sus cálculos fallaron. Esta vez el coche se levantó por el lateral derecho haciendo que rodara hasta la parte izquierda y de nuevo soltó con fuerza. Sintió un golpe seco en la cabeza contra la puerta. Trató de incorporarse y a través del cristal trasero pudo ver unas luces que se acercaban muy a lo lejos. Un sueño profundo se apoderó de ella. Cayó inconsciente. Abrió los ojos. Todo era blanco a su alrededor y sorprendentemente luminoso. Un rostro apareció delante de ella.

-Buenos días, Amanda- porque ese era su nombre según la documentación que encontraron los servicios de emergencia en su coche.- ¿Cómo se encuentra? -Preguntó lo que parecía ser la enfermera a juzgar por su uniforme.

-¿Cuánto tiempo llevo aquí? -Respondió dudosa.

-Ha estado dos días dormida debido a los calmantes por las contusiones que sufrió. Parece que le atacó un oso. En estos últimos tiempos salen a la carretera nacional para buscar alimento. Ya han ocasionado incidentes en otras ocasiones, pero sin duda su ataque ha sido el más fuerte. Suerte que estaba dentro de su coche. Podía haber sido algo peor…

Resuelta y mirando hacia todas partes como si se dejara algo, la enfermera salió de la habitación. Por un instante quedó paralizada mirando a la pared blanca que estaba frente a la cama. Sintió que el corazón le latía con más fuerza. Y recordó. Pasó por su mente aquel momento que sin duda le marcaría para siempre y de alguna manera haría que cambiara su vida. Repasó cada momento de lo que vivió esa noche y una lágrima resbaló por su mejilla. Había sentido el miedo. Sobre todo recordó el rostro que asomó por la ventanilla agarrado a su coche. Se tapó despacio con la sábana para protegerse y pensó que aquello que vio no fue un oso. Que ese rostro blanquecino de ojos rojos no era el rostro de un ser de este mundo. Pasaron los meses, las semanas, los días; y todo había cambiado. Por más que había hablado con los vecinos, familiares, amigos, incluso testimonios que había dado a la policía local, nadie le creía. Todos se miraban extrañados o bajaban la mirada incrédulos, probablemente pensando que era una pobre loca con una historia increíble fruto de su imaginación. Había dejado su trabajo. Nunca volvió a pasar por aquel lugar. Asomada a la ventana desde un séptimo piso, todas las noches miraba la negrura que había más allá de la ciudad, allí donde terminaban las luces de la farolas que iluminaban las calles. Sentía de nuevo el frío y el miedo repitiéndose a sí misma: «No fue un oso».

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Recopilación de relatos de terror por alumnos de 1º de ESO del Colegio San José (Espinardo)

31 octubre, 2017 by Laura Cánovas

« ¡VAYA, SI ES 31 DE OCTUBRE! ¡ME VOY CORRIENDO PARA QUE LOS ALUMNOS DE 1º DE ESO ME CUENTEN ALGUNA HISTORIA DE MIEDO!»

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Así es, un año más, a través del relato de terror, hemos querido motivar a nuestros alumnos de 1º de ESO del Colegio San José (Espinardo) para que desarrollen su creatividad. Se trata de una actividad realizada en la asignatura de Lengua y Literatura y que supone, no solo trabajar la escritura, sino liberar su imaginación delante del ordenador, construyendo historias impactantes que nos pondrán los pelos de punta.

Con esta recopilación de relatos breves, podremos adentrarnos en casas abandonadas, encontrarnos con espíritus que quitan el hipo, conocer juegos para invocar a almas diabólicas, aventurarnos en acampadas en las que no se puede pegar ojo, escapar de zombis hasta quedarnos sin aliento, saborear los caramelos del “Truco o Trato”, elegir el disfraz que consiga hacernos gritar, investigar las muertes de antepasados que nos visitan… Y todo gracias a estos jóvenes escritores.

Espero que estéis preparados para comenzar a leer este libro en un día en el que puede pasar de todo, donde lo paranormal deja de serlo y el pánico se apodera de todos los que vivimos la noche de Halloween o la Noche de todos los Santos. 

                                                                                          Laura Cánovas Pardo

                                                                                      Profesora de Lengua y Literatura

PINCHA AQUÍ PARA LEERLO O DESCARGARLO: ¿Me cuentas un relato de terror?

 

« POR LO QUE ESTOY LEYENDO, SON HISTORIAS REALMENTE ESPELUZNANTES. INTERESANTE...»

 

 

 

 

 

 

                                                                                  

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