Otro relato que continua este ciclo de Halloween es el de Mireia Fuentes Quereda, de 4ºB de ESO: bajo el título de El camino de bolas blancas, nos sumerje en la mente de un niño cuyo mundo interior lo arrastra al terror y a la soledad…
EL CAMINO DE BOLAS BLANCAS
por Mireia Fuentes Quereda
Siempre he sido un niño muy reservado, no me gusta relacionarme con gente de mi edad. Mi familia se piensa que tengo un problema pero ¿qué mejor que estar con uno mismo y escuchar lo que te dice tu cabeza? Mi madre estaba preocupada por mí pero yo estaba bien, aunque no entendía por qué hablaba solo o me encerraba en mi habitación a hablar con la pared, ¡ja! Si ella supiera… Pues bien, no paraban de insistir durante todo el año en apuntarme a un campamento para hacer amigos, pensé que sería una buena idea para desconectar mi mente y, lo más importante, para saber lo que quería Phoebe. El campamento duraba un mes, con muchísimas actividades, tanto deportivas como intelectuales, pero lo que más me apasiona es la noche, la oscuridad, leyendas de terror e imaginar a criaturas monstruosas rondando por tu cabeza e incluso alrededor de ti. El primer día fue la presentación, yo tenía alguna esperanza de encontrar a alguien con mis mismos gustos pero… ¿y si Phoebe se enfadaba? No, mejor no.
Cuando llevábamos dos semanas de campamento estaba deseando terminar, pero lo bueno que sacaba es que estaba conociendo más a la sombra que siempre me ha acompañado desde esa noche; después de visitar a mi padre en el cementerio, al pasar por delante de la tumba vecina, me extrañó ver grabado el apodo de mi padre, Phoebe, y observé la foto de ese difunto hombre, tenía una mirada sádica y maliciosa, me quedé mirándola fijamente durante unos minutos más y me di cuenta de que la fecha de su muerte estaba tachada con arañazos. En ese momento me vino un escalofrío por detrás y escuché una voz tenebrosa dentro de mi cabeza: “Te estaba esperando”, me dijo. Entonces me di cuenta de que por más que corriese o huyera estaba acabado, no podía alejarme de él, se había metido en mi cabeza y era parte de mí […]
A la mañana siguiente me desperté ansioso, con falta de oxígeno y aliviado de pensar que todo fuera una pesadilla, así que fui al baño y cuando vi mi rostro tras el espejo, vi su reflejo detrás de mí, no era una pesadilla, de verdad estaba pasando. Yo me sobresalté al ver que su cara estaba magullada y descompuesta pero no podía verle los ojos, intenté escapar pero algo me lo impedía, no podía mover ninguna articulación y de repente sentí una fuerza sobrenatural en mi cuello, la cual me estaba ahogando poco a poco y escuché en mi cabeza: “Si quieres jugar yo te enseñaré cómo hacerlo”. Ahí reflexioné y decidí que era mejor hacer lo que dijera Phoebe. Día tras día me acostumbré a estar acompañado de una sombra tenebrosa, no sabía lo que quería pero sí sabía que iba a llegar hasta el final.
La última noche de campamento escuché un ruido fuera de la tienda de campaña y vi una sombra pasar, era él, quería algo. Me dispuse a salir y me percaté de un camino lleno de bolas blancas viscosas, algo muy extraño, pero no le presté atención. Conforme iba siguiendo ese camino, veía cómo cada vez me iba adentrando más en el bosque y sentía la escarcha de la noche aún más helada sobre mi piel, no había escuchado nada de Phoebe en mi cabeza ni su presencia a mi alrededor. Empecé a tener la respiración entrecortada debido al miedo y al mal olor que iba viniendo. De repente llegué a un charco de sangre con bolas blancas, eran ojos. Ahí estaba, de espaldas, mirando hacia varias cuerdas colgadas de las ramas de los árboles, le pregunté qué quería de mí y cuando se apartó un poco me quedé aterrado al ver a todos los miembros de mi familia colgados y descuartizados en los árboles, todas las personas que me querían, e incluso compañeros del campamento que quisieron alguna vez acercarse a mí para entablar alguna conversación.
Entendí su mensaje, me quería solo para mí y ese sentimiento me resultó familiar, así que le pregunté quién era y me dejó mirarle a los ojos, lo entendí todo, esos ojos no se me olvidarán jamás: los de mi padre.