Continuamos con el ciclo de Halloween, esta vez con un cuento de Laura Fernández Pelluz, de 4ºB de ESO, titulado Ojos claros, en el que asistimos a las visiones que de una mujer anciana tiene una joven, y que al final tendrán su explicación, aunque se trate de una explicación inexplicable…
OJOS CLAROS
por Laura Fernández Pelluz
Hola, mi nombre es Ana, tengo 17 años y escribo aquí en mi diario un hecho que marcó mi vida. Podréis creerlo o no pero ocurrió tal y como os lo cuento.
Hace diez días, paseando con una amiga por detrás de la catedral de Murcia pasé por la fachada de las cadenas dirigiéndome hacia la Platería, una mujer mayor pasaba junto a nosotras y se quedó mirándonos… era bajita, tenía el pelo blanco y vestía de riguroso negro, las arrugas de su cara me indicaban que tenía una vida muy difícil pero sobre todo me fijé en sus ojos de intenso azul claro. Mi amiga María cogió mi brazo y aceleró el paso… seguimos andando y volví la cabeza para mirarla y ya no estaba.
Eran las ocho y media en Murcia, ya era de noche y refrescaba… nos acercamos a Santo Domingo y mientras me despedía de María sentí un escalofrió que me recorrió la espalda, miré a mi derecha y entre la gente que se cruzaba vi a esa extraña anciana de ojos claros que me miraba fijamente, así que le dije a María:
-¡Mira la vieja, está ahí!
-¿Pero qué dices?
-Mira a mi derecha.
-Yo no la veo.
Me giré y ya no estaba. Nos reímos sin darle mayor importancia.
Volví a mi casa y las calles estaban desiertas, supuse que como era hora de cenar la gente estaría en sus casas. Al pasar por un callejón vi una tienda la cual estaba cerrada y tenía las luces apagadas pero su escaparate me llamó especialmente la atención por sus preciosos relojes antiguos, fijé más la vista para ver la decoración que tenían dentro y quedé inmóvil al ver frente a mí esos ojos claros, ya no podía moverme, no sabía si era mi cabeza o me estaba volviendo loca, la señora me sonrió mostrándome sus dientes afilados y nada naturales, aterrorizada eché a correr hasta llegar finalmente al portal de mi edificio y al coger las llaves me di cuenta de que mis manos temblaban, intenté abrir la puerta pero las llaves se me cayeron, al agacharme a recogerlas vi entre mis piernas unos zatos negros. Al girarme no había nadie.
Abrí la puerta y corrí rápidamente al ascensor, pulsé el botón de llamada, esperé a que bajara mientras yo miraba a todos lados buscando a la señora. Por fin llegó el ascensor y pulsé el botón de mi piso pero la puerta no se cerraba, la luz del hall se apagó y me pareció más oscuro que nunca, pegué mi espalda a la pared del ascensor; en ese momento unos dedos largos, huesudos y envejecidos evitaban que la puerta se cerrase, grité pidiendo socorro con todas mis fuerzas. Víctima del miedo y la desesperación dije:
-Dios mío, protégeme.
Unas lágrimas recorrían mi cara, cerré los ojos y me acurruqué en la esquina del ascensor, mientras notaba cómo subía noté una mano que me acariciaba el pelo.
-NO, NO, NO… DÉJAME!
El ascensor ya había llegado a mi piso la puerta se abrió, corrí a mi piso y llamé al timbre como si me fuera la vida en ello, cuando mi madre abrió la puerta me eché a sus brazos y comencé a llorar desconsoladamente. Mi madre preguntó asustada:
-¿Qué te pasa?
Mientras yo balbuceaba.
-La vieja, la vieja
Mi madre levantó la vista, la luz del largo pasillo estaba apagada, de repente mi madre pegó un grito y de un portazo cerró la puerta.
-¡La has visto!- Le dije.
Mi madre estaba blanca como el papel y se le notaba el miedo.
-¿Quién es? ¿La conoces?
-Me ha encontrado.
-¿Pero qué pasa? ¿Quién es, mamá?
Mi madre me explicó.
-Un día estaba paseando y a una anciana le dio un infarto y falleció ante mis ojos. No hice nada para ayudarla, tenía tanto miedo, era tan joven, me arrepentí toda la vida por ello, de hecho tenía pesadillas con ella, es un recuerdo que me ha perseguido toda la vida. En ese momento sonaron tres fuertes golpes en la puerta. Mi madre y yo gritamos como nunca y sonó una voz que decía:
-Queréis abrirme la puerta, que voy cargado de bolsas.