Recuperando el mito fáustico, publicamos un cuento de Antonio Guevara Sánchez, de 2º de Bachillerto, titulado El pacto, una versión de la historia que consagró Goethe con su Fausto: esta vez no se sellará el pacto con el diablo conscientemente a cambió del conocimiento absoluto de la realidad, sino de forma azarosa, a cambio de algunas cosas que no vamos a revelar para que el lector disfrute de este nuevo relato del ciclo de Halloween.
EL PACTO
por Antonio Guevara Sánchez
Jamie estaba explorando el ático de la casa que acababan de comprar sus padres en Savannah, Georgia. Le fascinaba qué objetos podrían guardar todas aquellas cajas, envueltas con tiras y tiras de cinta adhesiva, procurando esconder algo en su interior. Indagando más al fondo hubo un baúl que le llamó la atención al chico, pero un candado le impedía abrirlo y se acercaba la hora de comer.
-¡Jamie! -Exclamó la madre del pequeño-. ¿Dónde estás? Tienes la comida en el plato. Tu padre y yo estamos esperándote para comer.
-Ya voy mamá -le respondió aquel chico rubio, que no medía más de 1,70, con un pelo rubio y largo que descansaba sobre sus hombros, mientras se abría paso cajas a través.
La madre de Jamie, Bárbara, había preparado la comida preferida de su hijo, estofado de carne. No quería que la mudanza se le hiciera más pesada de lo que era y pensó que preparándole un plato a su gusto se haría todo más ameno… Pero no sabía que algo había despertado la curiosidad de Jamie en el ático. De hecho, no sabía ni que había entrado en él.
Mientras tanto, el más pequeño de la casa no paraba de darle vueltas a aquel baúl cerrado y quería ver lo que contenía en su interior a toda costa.
Terminó de comer, se levantó y fue directo al garaje, donde su padre disponía de un arsenal de herramientas. Agarró la cizalla y anduvo por su casa lo más disimulado posible hasta llegar de vuelta al ático y vio ese candado, que le interponía entre el interior y él. Sus ojos relucían despampanantes, abiertos como platos. Se acercó al candado y ¡CLAC!, ya no había ninguna frontera.
-¿Qué es esto? -Se preguntó a sí mismo mientras leía una frase grabada en una tabla de madera, de cuyo significado no tenía ni idea: “Youll ‘morietur in inferno”. Levantó la tabla y allí se hallaba una pata de mono con todos sus dedos estirados. Ahí fue cuando se extrañó de verdad.
Jamie había visto en una película hacía tres meses cómo un chico de su edad pedía deseos que posteriormente eran cumplidos, pero tenía un alto precio: vender su alma al demonio. Agarró la pata y en un intento por reproducir aquella escena y reírse para sí mismo, formuló una petición. Desde chico había soñado con tener un monopatín pero sus padres se negaban a regalarle uno por el peligro que acarreaba.
-Quiero un monopatín -pronunció el chaval.
De pronto, una caja volcó, abriéndose, y de ella rodó el monopatín que tanto ansiaba. No podía creerlo, y menos lo que iba a suceder después. Aquella mano parecida a la de un humano pero con el doble de pelo cerró uno de sus dedos, pero Jamie no hizo caso a qué repercusiones le traería andar jugando con aquellos artilugios. Su inocencia mezclada con su codicia no permitieron a su cabeza pensar y cayó en el error de seguir pidiendo deseos, cada cual más ambicioso que el anterior. Hasta que pidió el último: un bol de palomitas. Ya tenía todo lo que quería, juguetes, dinero, un monopatín y hasta una consola, pero no sabía en qué gastar el último dedo del mono.
Su vista se nubló, cada vez veía con menos claridad hasta llegar al punto de oscuridad absoluta. Las últimas palabras que escuchó fueron:
-El pacto está cumplido. Un placer recibir a alguien tan joven aquí abajo.
¿Había sido mera casualidad o el destino ya le tenía asignado un nuevo hogar al inquilino?