Retomamos el ciclo de cuentos de terror con motivo de la fiesta de Halloween. Los alumnos de ESO y Bachillerato han escrito una serie de relatos de miedo, fantasmas, apariciones, venganzas…, algunos más cruentos que otros, pero todos pondrán al lector los nervios como escarpias…
Comenzamos con una narración de Irene Xue-Feng Lope Mateo, de 3ºA de ESO, titulada…
VIAJE DE VUELTA
por Irene Xue-Feng Lope Mateo
Miró el reloj. Se prometió a sí misma que esa sería la última pregunta que contestaría. Era ya tarde y había dedicado demasiado tiempo a aquella exposición. No contestaría ni saciaría más la curiosidad de aquellos estudiantes incansables. Llevaba más de diez horas exponiendo sobre «Tratados de economía en la Europa medieval». Se esforzó en contestar sin detalle y directamente dio por terminada la sesión. Con la voz más aguda de lo normal soltó un cortante «muy bien, esto es todo. Muchas gracias por vuestra atención». Estaba cansada y tenía ganas de llegar a casa. Sentir el calor y el confort de su salón recién reformado y disfrutar de su sofá nuevo, limpio, mullido, recién adquirido en aquella tienda de muebles que a ella tanto le gustaba. Parece que los estudiantes habían entendido la señal. Todos empezaron a removerse en sus asientos recogiendo sus cosas. Algunos con más rapidez que otros.
Eran las diez de la noche, una noche de invierno fría y húmeda. Se había librado por poco de las previsiones de una nevada en la zona en los próximos días. Sí, quería volver a casa. Se dirigió con decisión a la puerta, casi sin mirar a nadie, para evitar que alguno se le acercara con una duda o comentario de última hora y le retrasara la huida. Ni siquiera quería agradecimientos. Solo quería irse a casa y descansar. Recorrió el pasillo mientras cargada con sus pesadas carpetas rebuscaba en el bolso las llaves del coche. Tenía un largo camino a casa. Una hora y media aproximadamente. No quería perder ni un minuto. El camino hasta el parking se le hizo largo. Si bien era un edificio nuevo y equipado con todos los servicios propios de un centro de negocios, reuniones, congresos y un largo etcétera, a esas horas resultaba solitario y misterioso. El silencio era brutal, no se oía nada ni a nadie. Sus pasos se marcaban en la moqueta. Pudo sentir en su espalda un pequeño escalofrío. Paró un segundo. Silencio. Nada. Decidió reanudar el paso. No le gustaba esa soledad. Pudo coger el ascensor que se encontraba al final del pasillo. Los mecanismos del montacargas se oían con absoluta nitidez. Llegó al sótano. Apenas se encontraban ya coches aparcados. Lógicamente la mayoría del personal estaba ausente. La soledad era enorme. No tenía miedo, pero la escena sí le daba cierto respeto. Localizó su coche a lo lejos. Se animó sola. «¿Qué puede pasar? Aquí no hay nadie». Con un paso rápido, como de carrerilla, metió la llave y, soltando bruscamente las carpetas en el asiento del copiloto, se apresuró a cerrar la puerta y, acto seguido, pulsó el botón de cierre automático.
Ya estaba a salvo. El coche resultó ser su protector en ese sótano solitario. Entonces emprendió la marcha y un contenido suspiro de alivio salió de sus labios. No le costó mucho salir de la ciudad. A esas horas el tráfico era casi inexistente. Todo brillaba. Las luces de las farolas y los semáforos se reflejaban en el suelo bañado por la suave llovizna que había estado presente todo el día. «Ojalá la fluidez del tráfico fuera siempre así», se decía. Nunca le había gustado la idea de depender tanto del coche para llevar a cabo su trabajo, pero esto era lo que había. No era posible ni coger el tren de cercanías ni el autobús por el horario. El interior del vehículo estaba frío, por lo que decidió poner el climatizador y la radio. ¿Por qué no? Buscaría alguna emisora en la que pusieran música. Nada que le hiciera pensar ni preocuparse. Siempre le había gustado el paisaje del camino. La carretera llena de curvas rodeada de altos árboles era intimidante y al mismo tiempo maravillosa. Sintió la soledad en la más absoluta oscuridad. Todo a su alrededor estaba negro. Algo no iba bien. El acelerador no respondía. El coche, a pesar de pisar el pedal, no aumentaba la velocidad. Algo estaba ocurriendo. Un sonido extraño que provenía del motor auguraba lo peor. Se quedó quieta en el asiento. Notaba que el calor del interior estaba escapándose. Volvió a sentir un escalofrío que se deslizaba desde su nuca y se desplazaba poderosamente hacia su espalda. Miró a los lados a través de las ventanas. Todo era oscuridad, todo era abismo, como si tras esos cristales no hubiera absolutamente nada.
Estuvo dudando por un momento qué hacer. ¿Salir? ¿Gritar? ¿Salir y correr? ¿Salir y gritar? ¿Salir correr y gritar? No, había otra salida. Se giró hacia el asiento derecho y lanzó sus manos nerviosas al interior del bolso con el único propósito de encontrar su móvil. Lo agarró y trató de encender la pantalla. Había cierto temblor en sus manos. La ansiedad le impedía atinar con el uso del aparato. Cuando después de varios segundos pudo hacer que la pantalla se iluminase, un sudor frío surgió de todo su cuerpo haciendo que se estremeciera. No había cobertura. Este era el momento. Debía salir del coche. Mirar si a lo lejos se acercaba algún coche o tratar de encontrar cobertura moviendo en el espacio el móvil con el objetivo de conseguir algo de señal. De repente, cuando su mano se encontraba sobre el dispositivo de apertura de la puerta, notó un golpe seco. En el mismo asiento gritó y se revolvió echándose las manos a la cara. «¿¡¡¡¡Qué demonios había sido eso!!!!!?».
La lluvia caída se había acumulado en el cristal del parabrisas y solo se apreciaba una sombra oscura deforme. Decidió salir del vehículo para ver lo que era. Se detuvo en el lateral y pudo ver con bastante alivio que el cuerpo deforme era una rama de grandes dimensiones. Se apresuró a retirarla. Mientras estaba llevando a cabo la tarea observó unas luces lejanas que se acercaban a velocidad. «Por fin un poco de suerte». Quienquiera que la viera se detendría y podría ayudarle. Se quedó parada, impasible, quieta como si la realización de un sólo movimiento hubiese hecho que aquellas luces desaparecieran. Era su oportunidad. La de ir a casa y olvidar el mal rato que estaba pasando ahí sola, en medio de la oscuridad más profunda. Sin embargo todas las esperanzas se fueron cuando el coche, pasando de largo, hizo revolotear su pelo a pocos centímetros. Cuando ya estuvo alejado unos treinta metros se detuvo en seco iluminando la carretera con las luces rojas de freno. Como un resorte echó a correr moviendo los brazos y gritando, llamando su atención, pero justo cuando se encontraba a poco más de dos metros un acelerón brusco hizo que rodaran las ruedas chirriando en la calzada y levantando el polvo del camino. Y de la misma manera que apareció se fue. No se fijó en la matrícula y apenas pudo reconocer el modelo.
De nuevo reparó en que estaba en medio de la oscuridad y llevándose las manos a sus brazos sintió otra vez el frío. Pero esta vez no solo era el aire gélido del invierno sino la sensación de que no estaba sola en aquel lugar. Decidió volver al interior y resguardarse hasta que se le ocurriera algo para poder salir de ahí. Había pasado una hora aproximadamente sentada en el asiento del piloto. El sueño, el hambre y el frío empezaban a hacer mella en su ánimo y en su cuerpo. Su única esperanza era que alguien, un vecino, un compañero de trabajo sospecharan que le había pasado algo por no poder comunicarse con ella y mandaran a buscarla, pero a esas horas sabía que era difícil. No quería quedarse dormida así que, para mantenerse en vela, decidió armarse de valor otra vez y abrir el capó del coche para ver si había algo que pudiera hacer, aunque sus conocimientos de mecánica eran nulos.
Abrió la puerta y cuando ya tenía medio cuerpo fuera oyó un ruido de ramas que provenía de la otra parte del arcén, miró y sintió una presencia oscura y grande que a su paso tumbaba los árboles. Su instinto le hizo meterse de nuevo en el coche y cerrar la puerta de golpe, sin miramiento. Esta vez no era la esperanza de una ayuda, sino la certeza de algo que amenazaba su seguridad. Los cristales del coche por dentro estaban empañados, pues el frío fuera era mayor. Se revolvió girando de un lado a otro en el asiento intentando encontrar ese ser amenazante. Oyó un fuerte golpe que vino de la parte del maletero. Trató de mirar por los espejos retrovisores, pero se movía con rapidez. Nada. Luego siguieron los golpes y zarandeos. No había duda, eso, lo que fuera, tenía mucha fuerza. Golpeó la ventanilla desquebrajando el cristal. «¿Qué era aquello?». Ahora a través del cristal delantero vio una silueta gigantesca con lo que podía ser una cabeza y brazos unidos a un torso descomunal. De repente el coche empezó a inclinarse por la parte delantera haciendo que sus rodillas chocaran con el salpicadero y que, irremediablemente, se deslizara hacia la parte trasera del vehículo. No podía dejar de gritar horrorizada por la situación.
Cuando ya pensaba que el coche iba a rodar sobre sí mismo notó el vacío cayendo de nuevo al suelo. La sacudida fue tan fuerte que su cara chocó contra el volante. Sintió que sangraba por la nariz. De nuevo se hizo el silencio y la oscuridad. Temblaba como una hoja. Sentía en todo su cuerpo el miedo. A través de los cristales intentó mirar lo que había fuera y cuando giró la cabeza hacia la ventanilla de su asiento pudo ver un rostro blanquecino de ojos rojos como rubíes y una boca enorme con dos colmillos tan blancos que hicieron por segundos sentir que se iluminaba el cristal. Apoyaba sus manos huesudas en el bordillo de la ventanilla, parecía llevar una especie de capa de tela negra. Nunca había visto una criatura semejante. Un grito agudo, ensordecedor salió de su garganta y las lágrimas se mezclaron con la sangre que había salido de su nariz instantes antes. Pensó que irremediablemente moriría en aquel lugar, sola y muerta de frío. Aquel ser monstruoso volvió a desaparecer de su vista, pero su presencia se notaba porque se oía rozar su cuerpo contra la chapa. Esperaba otra embestida, esta vez estaría preparada. Así que en un movimiento ágil saltó hacia los asientos traseros, pero sus cálculos fallaron. Esta vez el coche se levantó por el lateral derecho haciendo que rodara hasta la parte izquierda y de nuevo soltó con fuerza. Sintió un golpe seco en la cabeza contra la puerta. Trató de incorporarse y a través del cristal trasero pudo ver unas luces que se acercaban muy a lo lejos. Un sueño profundo se apoderó de ella. Cayó inconsciente. Abrió los ojos. Todo era blanco a su alrededor y sorprendentemente luminoso. Un rostro apareció delante de ella.
-Buenos días, Amanda- porque ese era su nombre según la documentación que encontraron los servicios de emergencia en su coche.- ¿Cómo se encuentra? -Preguntó lo que parecía ser la enfermera a juzgar por su uniforme.
-¿Cuánto tiempo llevo aquí? -Respondió dudosa.
-Ha estado dos días dormida debido a los calmantes por las contusiones que sufrió. Parece que le atacó un oso. En estos últimos tiempos salen a la carretera nacional para buscar alimento. Ya han ocasionado incidentes en otras ocasiones, pero sin duda su ataque ha sido el más fuerte. Suerte que estaba dentro de su coche. Podía haber sido algo peor…
Resuelta y mirando hacia todas partes como si se dejara algo, la enfermera salió de la habitación. Por un instante quedó paralizada mirando a la pared blanca que estaba frente a la cama. Sintió que el corazón le latía con más fuerza. Y recordó. Pasó por su mente aquel momento que sin duda le marcaría para siempre y de alguna manera haría que cambiara su vida. Repasó cada momento de lo que vivió esa noche y una lágrima resbaló por su mejilla. Había sentido el miedo. Sobre todo recordó el rostro que asomó por la ventanilla agarrado a su coche. Se tapó despacio con la sábana para protegerse y pensó que aquello que vio no fue un oso. Que ese rostro blanquecino de ojos rojos no era el rostro de un ser de este mundo. Pasaron los meses, las semanas, los días; y todo había cambiado. Por más que había hablado con los vecinos, familiares, amigos, incluso testimonios que había dado a la policía local, nadie le creía. Todos se miraban extrañados o bajaban la mirada incrédulos, probablemente pensando que era una pobre loca con una historia increíble fruto de su imaginación. Había dejado su trabajo. Nunca volvió a pasar por aquel lugar. Asomada a la ventana desde un séptimo piso, todas las noches miraba la negrura que había más allá de la ciudad, allí donde terminaban las luces de la farolas que iluminaban las calles. Sentía de nuevo el frío y el miedo repitiéndose a sí misma: «No fue un oso».