Siguiendo con el ciclo de cuentos de terror que inauguramos con Halloween, publicamos hoy la narración de Jessica Ericsson, de 4ºC de E.S.O., en la que esta joven escritora recrea el famoso mito de Fausto: el hombre que hace un pacto con el diablo y… Pero leamos mejor el cuento de Jessica para descubrir qué ocurre cuando alguien pacta con Mefistófeles…
-.Cuento de terror.-
F A U S T A
por Jessica Ericsson (4ºC E.S.O.)
Me encuentro en un lugar tan oscuro que no sabría decir si esa oscuridad me asusta o me acoge. A pesar del dolor, la confusión y el cansancio, me viene a la cabeza que quizás es así como «ven» los ciegos, oscuro. Me sale una leve sonrisa que rápidamente se transforma en una expresión de dolor, porque la sal seca que tenía en la cara me había formado como una costra, y cualquier expresión del rostro me arrancaba mi bello facial. Centrarme en que me duele la cara me hace olvidar todo el dolor del cuerpo, pero, claro, pienso en lo que no pensaba, y ahora duele más. Estoy muy cómoda, como en una cama, como en un ataúd… Estoy en un maldito ataúd. Se abre un poco la puerta, y me ciega la luz que viene de fuera. Si salgo no tengo ni idea de lo que me esperará, ni si podré caminar… o nadar. Una idea abrumadora me viene a la cabeza: ¿Y si por primera vez no salgo? ¿Y si por primera vez cierro la puerta en vez de abrirla?
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Jueves, Lana del Rey suena de fondo, las luces de navidad que tengo rodeando los barrotes de mi cama están encendidas, me pongo mis pantalones vaqueros rajados, camiseta a rayas y unas botas militares negras, soy una bohemia, qué se le va a hacer. Me dirijo al insti, al salir me despido de mi hermano y de mi madre, como siempre, lo de siempre, para siempre.
-Buenos días por la mañana -dice el profesor de lengua. Se me hace raro, el cielo siempre está oscuro, pero a nadie parece afectarle, ni a mí (raramente) tampoco.
En el recreo, están los grupos de siempre, como en las películas, hay grupos de gente, (los «popus», empollones, modernillas…), me abro paso y voy con mis amigos, entre los que están Gwen y Al, mi mejor amiga y su novio, siempre los he visto juntos, solían discutir mucho, pero desde hace un mes están, más que enamorados, embobados. Y ahora comemos todo juntos y conversamos, aunque, para mí, la comida no sabe a nada.
-No, no, Tarantino es mucho mejor, o sea, no me compares.
-Bueno, lo que yo no sé es por qué sale Uma Thruman en tantas de sus películas, es feísima.
-Uma es preciosa -digo yo con toda mi sinceridad. Y con eso concluyo, me voy-. Venga, adiós, dormilona.
-Adiós, bella durmiente -no entiendo esos motes, ¿por qué? Me giro para preguntarles eso, pero ya no están.
Me miro en el cristal de mi puerta, es tan raro todo, siento como si no me encontrase en mi cuerpo, pero estoy allí, mirándome.
Abro la puerta y caigo, me tropiezo con un escalón, no estoy en mi salón, estoy en una terraza con muchas plantas, demasiadas.
-¿Qué hago aquí? -Me repito asustada. Estoy tan confusa, necesito irme, pero ¿por dónde?
Las plantas son preciosas y verdes y se mueven por el viento, espera, no, se mueven solas, se acercan y una me agarra el tobillo con tanta fuerza que me caigo al suelo, se me suben y grito, tengo que salir de aquí pero estoy tan confusa y asustada que solo grito para que alguien me ayude.
Al minuto, aprietan tanto que me están cortando la circulación, estoy en el suelo y desde aquí puedo ver una puerta, me arrastro, me quito algunas plantas de encima, sienten dolor, las araño, las muerdo y me las quito de encima, voy a abrir la puerta y salir de aquí
-¿Qué está pasando? -Me repito.
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La puerta que he abierto no sabía adónde daría, pero no me esperaba esto. Música, de la buena, David Bowie, estoy como en una discoteca, con mucha gente, tan solo quiero bailar, así que bailo. La música no está completa, es como si estuviera en mi cabeza y hubiese trozos de la canción que no puedo recordar.
La música me llena y me dejo llevar, está muy alta, bailo con la gente, bailo con una chica que tiene todo el pelo pegado a la cara por el sudor, no se la veo bien. Sigo bailando y moviéndome pero la música sube, está muy fuerte, la gente se para y yo me tengo que tapar las orejas, la música ya no es música, es un estruendo, como gritos, son las personas, están gritando, no les veo la cara, no tienen. Me rodean y gritan más fuerte, intentan agarrarme, pero no ponen mucho empeño en ello, aunque dan tanto miedo…, y están tan cerca… Me duele la cabeza, no paran de gritar una y otra vez, cada vez más alto, me caigo al suelo, necesito huir. Solo busco puertas y puertas, no está la puerta por la que entré, solo hay una puerta que da al baño (o eso creo). Me da igual, me dirijo hacia ella, la multitud me sigue, me agarran más fuerte, como si antes estuviesen dormidos y se estuvieran despertando, saben que me muevo, saben a dónde, y gritan más fuerte, tan fuerte como me agarran. La puerta está atascada, le doy patadas y nada, no se abre, se acercan, me están atacando, me golpean.
-¡¡PARAD!! -Grito.
Me dan un puñetazo, me quito a uno de encima y me tiro a la puerta para abrirla, a la tercera embestida se abre.
Noto cómo la gravedad se apodera de mí, caigo y grito, los órganos se me suben y por fin termino de caer. Me hundo en el agua, sí, agua; cuando salgo amo el oxígeno como si nunca lo hubiese tenido. La luz del sol me ciega y me pongo a flote, estoy en medio del mar, el sol es tan intenso como el color azul turquesa del agua que me rodea.
Nadaría, si supiese a dónde. Llevo aquí por lo menos 30 minutos y está todo tranquilo. De repente, el agua turquesa se vuelve negra, y algo me roza el pie, una, dos, tres veces, me ha cortado. Me miro la pierna y, a pesar del agua negra, lo veo: un tiburón.
Estoy nadando, más bien chapoteando rápidamente, me sigue rozando y creo que va a morderme justo cuando, de repente, veo la costa, lo que me anima a nadar más rápido, pero cuando me faltan tan solo unos 20 metros me muerde y me lleva con él. Una vez en el agua no siento apenas el dolor de la pierna, el tiburón es más pequeño de lo que parecía. No, no es un tiburón: es una mujer.
-Dios mío -pienso.
La mujer vestida de blanco y cabello largo me lleva a un fondo no visible, no peleo, hasta que me mira y le veo la cara, tan horrorosa como un grito: la expresión de miedo y pánico absoluto en su cara, plasmada. Sonríe con su boca abierta y entonces forcejeo, si salgo a la superficie me cogerá y esto seguirá, tengo que encontrar otra puerta.
Me quedo sin aire, lucho con todas mis fuerzas, pero estoy tan cansada… y la veo, estamos en el fondo, hay una puerta en el fondo que se abre como con un volante, le pego una patata en la cara, me suelta, pero ahora está enfadada, buceo todo lo que puedo y me agarro a la manivela de la puerta, me coge de los pies y me tira hacia ella, pero me agarro fuerte a la manivela, la abro y, justo cuando creo que voy a desmayarme, la puerta me absorbe y entro.
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Llevo así siete días, viajando de puerta en puerta, sigo sin saber por qué, pero ya no puedo más. Estoy en un ataúd, he perdido la cuenta de las puertas que he pasado, todas son diferentes, aunque en casi todas las puertas está la mujer de blanco y cabello negro que a veces se muestra buena y a veces, mala.
Estoy en un ataúd. Una idea abrumadora me viene a la cabeza: ¿Y si por primera vez no salgo? ¿Y si por primera vez cierro la puerta en vez de abrirla?
Y no la abro, cierro la puerta, y en ese momento, justo en ese momento me entra sueño, y no lucho, me dejo llevar y lo sé, sé lo que está pasando, después de todo este tiempo, lo sé: sé que ahora, por fin, muero.
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Fausta llevaba un poco más de un mes en coma, por eso el cielo siempre estaba oscuro, la comida no sabía a nada… Todo estaba en su cabeza. Antes de eso, su amiga Gwen y ella, aburridas, una noche hicieron un pacto con el demonio: lo que al principio parecía broma, se cumplió. Paula pidió aventuras cada momento de su vida sin que le dijesen nada, ya que todo era monotonía en su vida. Lo que no sabía es que acabaría teniendo un grave accidente que la llevaría al coma y que ahí es donde «viviría» sus aventuras: en cada momento, una diferente. Gracioso, ¿verdad?
Gwen pidió el amor eterno con su pareja, ya que él no estaba enamorado ella, pero ella sí de él. De repente estaban más que enamorados, pegados, embobados. Una vez, su madre no les dejó estar juntos por la tarde, lo que causó que Al se suicidara por no poder ver a Gwen. Y Gwen, al darse cuenta de lo que había causado con el conjuro, se suicidó pocos días después.
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¿Moraleja? No juegues con el demonio, no juegues conmigo.
Firmado:
La mujer de blanco y cabello negro.
{M.}
María José Moreno Albaladejo dice
Muy interesante y bien escrito.