La segunda semana del Torneo de Ajedrez ha transcurrido con una perfección digna de encomio. El martes se desarrollaron las partidas de la segunda ronda de la Categoría B (3º y 4º E.S.O. y Bachillerato) y el miércoles, las de la primera ronda de la Categoría A (1º y 2º E.S.O.). Las partidas de esta semana se han jugado con una mayor seriedad por parte de los contendientes, se les notaba más centrados que en las de la semana anterior, se les veía más alerta, más atentos, más adentro del tablero.
Unos ganaron por mérito propio y otros por no presentarse el rival; algunos perdieron porque no pudieron contener el ataque del adversario y otros por no acudir al campo de batalla; algunos quedaron en tablas mientras parte del público contemplaba el torneo a través de las ventanas de la Biblioteca.
Hubo incluso que anular una partida cuando quien esto escribe advirtió que los dos alfiles blancos ocupaban escaques blancos: obviamente, el alfil blanco que debía circular por los escaques negros en algún momento se salió de sus casillas. Esta partida se volvió a jugar el viernes, que era el día establecido para las partidas aplazadas, aunque de estas no se jugó ninguna porque dos de los participantes se rindieron antes de jugar.
El ajedrez, o el inevitable acto de pensar
Las partidas transcurrieron en un clima tranquilo, los jugadores desplegaron sus mejores estrategias y el público guardó un silencio como el que se respira antes de un combate épico, cuando solo se escucha el relinchar de los caballos; las manos de los contrincantes buscaban continuamente el mentón, la barbilla, la frente, delatando el inevitable acto de pensar que tiene lugar durante este juego.
La Dama Blanca que iluminó al Alfil Negro
Me llamó especialmente la atención una partida en la que se enfrentaron dos alumnos de los que no vemos juntos por el patio, y es que una de las virtudes del ajedrez consiste en congregar a personas de características muy diferentes: distintos niveles culturales, distintas inquietudes académicas, distintas formas y modales, distintas ambiciones, distintos estilos, distintos gustos, distintos círculos de amigos… Mundos distintos que, sin embargo, confluyen y encuentran un equilibrio durante la partida. De ahí que, como se dice en este artículo, sea un juego mediante el cual se puede trabajar la integración y la cohesión social.
El alumno que llevaba las negras confiaba en que iba a ganar y movía rápido sus piezas; la alumna que jugaba con las blancas movía sus piezas utilizando más tiempo, sin confianzas. Poco a poco, las blancas invadieron el tablero; las negras no se desplegaban, parecían aguardar algo. Cuando las negras se quisieron dar cuenta, la Reina Blanca, la Torre Blanca, el Caballo Blanco y un puñado de Peones Blancos asediaban al Rey Negro y a la Reina Negra. Fue triste, pero justo, ver cómo esta reina negra caía herida de muerte sobre los escombros del campo de batalla, bajo los relinchos de un pálido caballo.
El tiempo, que al principio parecía sobrarle a las negras, al final las apremiaba, hasta que se les agotó. No entendía el jugador cómo había perdido: en pie quedaba tan solo su rey, su caballo y un par de peones, frente al ejército del que, en comparación, aún disponía su adversaria. Quizá fue la cara de incomprensión del alumno lo que llevó a su contrincante a explicarle las razones de su derrota: él escuchó atento y trató de comprender, aunque, tozudo, insistía en su incomprensión, rechazaba la explicación que le daba su adversaria.
Poco a poco, las explicaciones de la Dama Blanca le quitaron la coraza a este Alfil Negro. Cuando se quiso dar cuenta, la Dama Blanca estrechaba su mano por encima del tablero y se despedía de él con un “Puedes mejorar, pero has jugado bien”. La incomprensión ya había abandonado la expresión de este Alfil y era una nueva luz —quizá la de la curiosidad, quizá la de la revancha, quién sabe— la que brillaba en su rostro.