El ciclo de Cuentos por Halloween no se detiene: Salma Maestre, de 4ºB de ESO, nos deleita con La máscara, un magnífico relato acerca de Marcos, un chico que, quizá como castigo a una mala acción, quizá por mero azar, quizá atraído por alguna extraña fuerza, sufre una experiencia que erizárá la piel del lector…
La máscara
por Salma Maestre Aitnaceur
Tenía un aspecto más que convincente, a simple vista parecía hecha con piel humana, su apariencia era blanda y rugosa y estaba completamente seguro de que aquellos agujeros para los ojos le añadirían un realismo aterrador una vez puesta, aquella nariz larga y deforme tenía un aspecto grotesco, el pelo que colgaba por la frente también parecía auténtico, la boca sonriente con aquellos dientes amarillentos y puntiagudos estaba permanentemente curvada en una mueca de burla macabra. A Marcos le pareció el objeto más original de todos cuantos había visto en mucho tiempo y señalando el rostro siniestro que colgaba de la pared preguntó:
—¿Cuánto cuesta?
El dependiente, un hombre de pelo blanco y aspecto fatigado, respondió:
— No está en venta…
— Dígame un precio; se la compro —insistió Marcos.
—Te he dicho que no está en venta —repitió el viejo volviéndose hacia él con brusquedad—. ¿Qué haces tú aquí, no deberías estar en la escuela? Vamos, vete.
Al caer la noche, volvió a hurtadillas a la tienda de antigüedades, rompió el frágil cristal de la puerta y entró sin apenas dificultad. Cuando, temblando de expectación y curiosidad, movió la luz de su linterna para alumbrar el rincón de pared donde colgaba la máscara, la luz brilló sobre objetos a los que nunca hasta ese momento habría prestado la menor atención mientras que un destello de color mate proyectaba sus sombras desfiguradas sobre las paredes donde la horrible máscara se presentaba ante su vista observándole desde lo alto, muda y amenazante.
Descolgó de la pared aquel objeto que entre sus manos tenía un tacto flexible, lo envolvió en una bolsa que había traído para tal ocasión y salió corriendo calle abajo con su preciado trofeo bajo el brazo.
Al día siguiente oscureció muy temprano, y cuando el sol ya declinaba, Marcos se probó la máscara sin encender la luz de su cuarto: en la oscuridad, el propio tejido de la máscara parecía su propia piel, y se ajustaba a su cara produciendo la sensación de que otro ser le observaba con ojos malignos desde el otro lado del espejo. Luego, tuvo una idea: sacó la linterna del cajón de su cómoda, echó las cortinas para que no entrara nada de luz y cuando el cuarto estaba completamente a oscuras, sujetó la linterna debajo de su barbilla y la encendió.
La imagen era ahora tan aterradora que casi le hizo gritar del sobresalto, se pasó la mano a través de la máscara y, por un momento, creyó estar tocando su propio rostro.
Bajó las escaleras corriendo cuando escuchó el ruido del cerrojo y el sonido de la puerta principal abriéndose, y saltó el último tramo de escaleras con los brazos levantados, y emitiendo un grito prolongado.
—¡Joder! —Exclamó su madre, soltando la cesta de la compra, cuyo contenido quedó desparramado por el suelo—. ¡Qué susto me has dado!
Marcos se quitó la máscara del rostro, satisfecho, cuando vio que su madre retrocedía, aún más aterrorizada y respirando entre espasmos nerviosos.
—¿Quién eres? —Jadeó—. ¿Qué le has hecho a mi hijo?
—Pero si soy yo mamá -respondió Marcos, señalando su cara con un gesto de manos.
—¡No te acerques! —Chilló su madre mientras retrocedía aterrorizada—. ¡Aléjate de mí!
—¡Soy yo, mamá! ¿No me reconoces? —Contestó Marcos, cada vez más confuso—. Ya no llevo la máscara, mírala, me la he quitado, la llevo en la mano…