Continuamos el ciclo de Cuentos por Halloween con un fantástico relato escrito por Elena Fernández Pelluz, de 3ºA de ESO, titulado Angélica: una niña, un diario, un pasado familiar un tanto inquietante y… un desenlace que hará que el lector abra los ojos más de lo habitual…
Angélica
por Mª Elena Fernández Pelluz
Mary subió con la misma ilusión que el primer día que descubrió el desván de su abuela. Cuando llegó a lo alto de la escalera y giró el pomo dorado de la puerta, una enorme sonrisa le iluminó la cara al ver que todo estaba igual a como ella recordaba. A un lado de la habitación había un viejo maniquí junto a un gran espejo con decoraciones barrocas; al otro lado destacaba un enorme arcón con unas cajas apoyadas en él y, por último, un tragaluz coronaba este acogedor desván.
Ella, recordando su infancia, abrió el arcón y empezó a sacar unos preciosos vestidos intactos al paso del tiempo. Cuando los sacó todos, vio un antiquísimo libro con una tapa de cuero. Una pequeña foto con la fecha de 1880 cayó del libro y aunque Mery cogió la foto no le dio mucha importancia. Abrió la primera página y en ella ponía: Diario de Angélica.
Al ver estas letras escritas a tinta le entró una gran curiosidad y comenzó a leer:
8 de enero, 1880
Hola, me llamo Angélica. Hoy mi padre ha vuelto de su viaje a África y me ha regalado este diario para que escriba todas mis inquietudes y anécdotas. Dice que él también tiene uno que lleva a todos sus viajes, que no son pocos, ya que se pasa todo el tiempo viajando. Edgard y yo siempre lo echamos de menos pero mamá dice que es su trabajo y no puede dejarlo…
Mery volvió a mirar la foto que en un principio le era indiferente. En ella se observaba un hombre alto con un frondoso bigote que llevaba un elegante traje y en su mano izquierda un bastón; a su lado, una mujer joven con un vestido negro abotonado hasta el cuello y un joven esquelético de cara pálida, casi enfermiza. Por último, una pequeña niña de unos trece años con el cabello rubio y una hermosa sonrisa.
Con la esperanza de encontrar algo más, pasó las paginas rápido y encontró una pluma amarilla. Motivada por este hallazgo, empezó a leer esta página:
6 de febrero, 1880
Estoy tan triste. El pájaro que nos regaló la tía Catalina ha muerto y no lo entiendo, yo siempre le daba de comer y lo cuidaba bien, pero un día me desperté y ya no se movía. Mamá dijo que ya era muy mayor y lo único que podíamos hacer era enterrarlo para que su alma descansara en paz.
Tras leer el capítulo se percató de que conforme avanzaba el libro las letras se amontonaban y eran más irregulares y gruesas. Siguió buscando algo más que le llamase la atención y efectivamente lo encontró, era un pétalo rojo, o al menos lo que quedaba. Al igual que con la pluma, inició la lectura:
24 de abril, 1880
No es justo, por qué a mí, por qué mi mamá tiene que morir, por qué los médicos no la salvaron, por qué tengo que ir a su funeral, no quiero, no es verdad. Mi padre no ha venido y mi hermano es como si no estuviera, se pasa el día frente al espejo y cada vez está más pálido y extraño. A pesar de que mi tía vino a vivir con nosotros, la única a quien realmente le importo es a Margaret, la criada que se mudó con ella.
En el diario se podían apreciar los borrones de tinta, como si hubiese llorado al escribirlo. Pasó la página y vio que había tres de ellas en blanco, también las dejó atrás aunque le llamase la atención, y halló un nuevo capítulo:
27 de abril, 1880
Hoy es mi cumpleaños, el día más extraño de mi vida, porque tengo miedo. Durante varias noches Edgard ha estado observándome, se lo dije a Margaret, y al igual que mi madre, me intentó tranquilizar diciéndome que era sonámbulo. Echo de menos a mi madre, sin ella todo es diferente, toda la casa está más oscura.
Ella expectante, pasó a la siguiente hoja:
Mamá ha venido a verme esta noche, al principio me asusté mucho porque era como un leve susurro que pronunciaba mi nombre. Sentí una sensación de alegría que se colapsaba por el miedo.
En ese momento, Mery dio un respingo porque dijeron su nombre:
-¡Mery, a cenar!
Antes de bajar quiso terminar de leer lo que pasó con Angélica y continuó leyendo:
Me levanté corriendo para decirle a mi hermano que mama me había llamado. Al abrir la puerta él estaba frente al espejo pero su imagen no era la que estaba reflejada. Era un extraño ser que al abrir la puerta lanzó un grito que me empujó hacia atrás y cerró la puerta. Me quede sentada en el suelo pensando que mi corazón se salía el pecho. Edgard abrió la puerta y me dijo con una voz gutural: Ven con nos.
Yo grité tan fuerte que sentí cómo se me desgarraba la garganta y solo pude dejar de gritar cuando apareció Margaret con un candil en la mano. La abracé envuelta en lágrimas y al levantar la mirada por encima del hombro, vi cómo mi hermano retrocedía lentamente a su habitación y me lanzaba una sonrisa que me heló la sangre.
Con un grito más fuerte llamaron a Mery y ella, a regañadientes y con el diario bajo el brazo para poder seguir la lectura después de bajar, se sentó junto a su abuela e, intentando averiguar más sobre Angélica, le enseñó a su abuela la foto que había encontrado al principio del libro, y esta le contestó:
-Madre mía, ¿de dónde has sacado esta foto?
-Estaba en el desván, dentro del arcón.
-Madre mía… -repite–. Pero si esta era tu bisabuela Angélica, bueno, en realidad no tienes nada que ver con ella porque murió el día de su cumpleaños.
En ese instante, un frio le recorrió todo el cuerpo.
-¿Co…co…cómo?, no puedo creérmelo –dijo Mery temblado.
Su abuela le siguió explicando:
-Los dos primeros hijos de tu tatarabuelo, Edgard y Angélica, fallecieron muy jóvenes y por eso se volvió a casar y tuvo una hija llamada Elisabeth, mi madre.
La abuela le preguntó si le pasaba algo, ya que estaba muy pálida. Ella le dijo que no se encontraba bien y se fue corriendo al baño. En cuanto entró cerró la puerta con pestillo y abrió el diario por donde se había quedado:
Margaret me dijo que me llevaría a mi habitación y me traería un vaso de leche con galletas. Mi tía apareció pidiéndome explicaciones y Margaret se lo explicó todo, pero aun así me mandó a mi habitación y por eso estoy escribiendo esto en el día más aterrador de mi vida. Estoy intentando recordar si lo que he visto era real o me lo he imaginado, no quiero que me encierren por loca porque ni yo sé explicar lo que ha sucedido. Me llaman a la puerta, me imagino que será Margaret con mi vaso de leche con galletas.
Mary pasó la hoja y vio que no había nada más escrito. En ese momento la abuela llamó a la puerta:
-¿Cómo te encuentras?
-¡Bien, déjame en paz! -Gritó crispada.
De pronto llamaron tres veces a la puerta:
Pum…Pum…Pum…
-¡Ya te he dicho que me dejes en paz! -Volvió a gritar.
Entonces una voz le respondió…
-Aquí tienes tu vaso de leche con galletas.