Un nuevo relato se suma al ciclo de Cuentos por Halloween, escrito por Julia Hernández Egea, de 3ºA de ESO. En él, la narradora nos cuenta, en primera persona, un suceso escalofriante que le ocurrió en una casa sin habitantes… vivos.
¡No entréis ahí!
por Julia Hernández Egea
Hola, me llamo Ángela, tengo 15 años, soy una niña muy miedosa y tímida, antes era una chica muy aventurera y no tenía miedo a nada; pero desde que me pasó aquello no he vuelto a ser la misma, ¿no sabéis de lo que hablo?, pues mirad, os voy a contar mi historia…
Todo comenzó como un día cualquiera, pero no lo era, era el día de Halloween. Yo aquel día me levanté con una supersonrisa, ya que Halloween es mi fiesta favorita del año. Quedé con mi mejor amiga Claudia por la mañana para terminar de preparar los disfraces. Una vez terminados los disfraces los cogimos porque teníamos que dejarlos en su casa, ya que nos íbamos a preparar para la noche allí, y salimos de casa; de camino a la suya decidimos parar a tomar un chocolate caliente en la cafetería; mientras que nos tomábamos el chocolate una anciana de aspecto raro se nos acercó y nos preguntó por los disfraces.
– Buenos días, bonitas, ¿para qué son esos disfraces? –Nos preguntó la anciana.
– Buenos días, señora, pues mire, hoy es Halloween y nuestros amigos y nosotras hemos quedado para ir a pedir caramelos por las casas, y los disfraces son para ir acorde con el ambiente del día.
– Ohhh, ¡¡qué bien, qué bien!! Espero que vuestros amigos y vosotras os lo paséis bien, pero llevad cuidado con la casa que hay abandonada en la calle número cincuenta y seis.
Llegó la noche y Claudia y yo salimos en busca de nuestros amigos para ir a pedir caramelos.
Nuestros amigos y nosotras íbamos por la calle cincuenta y cinco; ya llevábamos unas tres horas pidiendo caramelos por las casas, y mis amigos querían regresar ya a casa para que viésemos todos juntos una película de miedo, pero… los planes se torcieron… Los convencí para ir a una casa más, pero ellos no sabían que los iba a llevar a aquella casa que mencionó la anciana esa mañana.
Llegamos a la puerta de la casa, ellos me miraron raro, excepto Claudia que sabía de qué casa se trataba y me miró con los ojos como platos. Nunca se me olvidará el aspecto de aquella casa: era muy grande, oscura, se notaba que estaba abandonada porque el jardín que la rodeaba estaba lleno de hojas secas y de plantas muertas; lo que más me llamó la atención del jardín fue un árbol centenario que había justo en el lateral izquierdo de la casa, aquel árbol tenía una especie de cara dibujada, por un momento sentí que me hablaba y que me decía que entrase a la casa si era lo suficientemente valiente; se me erizó el cuerpo y noté un escalofrío que recorrió mi espalda. Claudia me miró raro, ella notaba que me pasaba algo. Yo la miré con una mirada tranquilizadora, entonces noté cómo el cuerpo se le relajó.
Miré a mis amigos y les dije de entrar, ellos me miraron con una cara como diciendo: ¿Tú estás loca o qué? Yo para convencerlos les dije: “Venga, chicos, esto no es nada, es simplemente una casa vieja con unas cuantas hojas tiradas por el suelo, no dejéis que el aspecto os asuste, además nosotros somos supervalientes, ¿qué nos podría pasar?”. Al final los convencí y entramos a la casa.
Justo cuando entré por la puerta me arrepentí de haber entrado, sentí que algo malo nos iba a pasar; y así fue…, justo cuando íbamos a salir por la puerta, se cerró de un portazo; pero no solo la puerta sino también todas las ventanas de la casa. Ahí fue cuando nos entró el pánico.
De repente escuché una voz que me llamaba: “Ángela… Ángela… Te estaba esperando… jejeje, si tus amiguitos y tú queréis salir vivos de esta casa, cosa que es muy complicada, solo tenéis que encontrar un mapa que indica cómo salir sin sufrir ningún daño… Y ya de paso un cofre con monedas de oro, y dejarlo encima de la mesita de noche del dormitorio; si conseguís eso saldréis vivos de aquí, si no lo conseguís ya sabéis lo que os pasará…”.
Todo me parecía absurdo, les conté a mis amigos lo que teníamos que hacer, al principio me tomaron por loca, pero después nos pusimos manos a la obra. Nos dividimos en dos grupos, un grupo tenía que buscar el mapa y otro, el cofre.
Estuvimos durante horas buscando, en algún que otro momento me sentía vigilada y también sentía que alguien nos estaba persiguiendo todo el rato, pero por más que miraba para atrás no había nadie.
No encontrábamos las cosas y yo empecé a perder la esperanza, estaba todo en silencio y de repente se oyó un grito, me asusté, pero reconocí la voz enseguida, era Claudia, sabía que algo había pasado así que fui en su busca, cuando la encontré estaba llorando con los ojos tapados, le pregunté qué le pasaba y ella no me contestaba, hasta que se apartó las manos de los ojos y me quedé en shock, tenía las pupilas borrosas… ¡Se había quedado ciega! No me lo creí…, no me cuadraba nada, hasta que caí en que a lo mejor teníamos tiempo para encontrar las cosas y ya se estaba acabando.
Dejamos a Claudia sentada en el sofá, yo me quedé haciéndole compañía y tranquilizándola, cuando de repente se escuchó en la planta de arriba: “¡Por fin lo hemos encontrado todo!”.
Dejamos el cofre en la mesilla y salimos corriendo hacia la puerta y la abrimos con la llave que encontramos, salimos corriendo de aquella casa y antes de irnos miré hacia el árbol, que me dijo: “La próxima vez no lo conseguiréis…, juajuajua”.
Bueno, pues esta ha sido mi historia y el motivo por el que ahora soy una persona muy fría.
P.D.: Nunca entréis en sitios abandonados y de los que se cuentan historias terroríficas, tal vez sean verdad…