Con el título Fear at the end of the street, nos propone Iria Vicente Rocamora, de 2º de Bachillerato, un viaje a una vieja casa donde ocurren extraños sucesos que determinan la fragmentación de un grupo de amigos. Un nuevo relato para este ciclo de Halloween en el que el lector podrá horrorizarse con un ahorcamiento…
FEAR AT THE END OF THE STREET
por Iria Vicente Rocamora
Todo comenzó aquella noche de tormenta cuando de repente las luces se apagaron, empezamos a escuchar unos ruidos muy raros, nunca se habían escuchado en aquella casa vieja y abandonada que usábamos para juntarnos la pandilla del barrio.
Desde aquella noche, nuestras vidas dieron un giro inesperado, todo cambió en la pandilla y el barrio no fue el mismo desde que apareció una de las chicas de la pandilla ahorcada de uno de los árboles que había junto a la casa, el motivo sigue sin saberse a día de hoy. Este incidente fue muy traumático para nosotros, sus amigos, y sobre todo para toda su gente.
Tras unos meses de reflexión e intentos de asumir la situación, los chicos y yo decidimos volver a la casa en busca de hallazgos que nos llevaran a descubrir qué fue lo que sucedió, así que nos pusimos de acuerdo. Cogimos todos nuestros bártulos y nos dirigimos al final de la calle, donde se encuentra la misteriosa y tenebrosa casa. Andábamos sin cruzar palabra, solo mirándonos las caras con preocupación, no podíamos ni imaginar lo que nos depararía aquella noche.
Al fin llegamos al final de la calle, allí nos encontrábamos ante la casa, sin saber muy bien qué hacer, si continuar con el plan establecido o volver sobre nuestros pasos. El mayor del grupo fue el que dio el primer paso, el que tomó el liderazgo, poco a poco le fuimos siguiendo todos. Las bisagras de la puerta chirriaban, el suelo crujía y se oían diversos sonidos extraños. Nuestro miedo aumentaba y con ello nuestras ganas de salir corriendo y desaparecer de aquel lugar o lo más pronto posible; pero había algo dentro de nosotros que nos empujaba a seguir adelante sin mirar atrás ni un instante.
Continuamos avanzando y solo se escuchaba nuestra respiración agitada y aquellos extraños ruidos que no cesaban ni un momento, lo que nos provocaba más angustia y deseo de marcharnos, pero ninguno se atrevía a dar el paso de irse porque sabía que volvería solo a casa.
De repente, un ruido muy fuerte nos alarmó, venía del salón, nos acercamos y el reloj de péndulo estaba en el suelo, ¡qué extraño! ¿Cómo se va a caer ese reloj tan grande, con lo que pesa, al suelo solo? Solo había una opción, alguien lo tenía que haber hecho pero, ¿quién? Ninguno de los chicos pudo ser porque todos permanecimos juntos en todo momento, lo que nos llevó a la conclusión de que no estábamos solos en la casa. Alguien se encontraba en aquel lugar haciéndonos compañía sin ser visto.
Una voz tras nosotros nos alertó, nos miramos y nos dimos la vuelta a la vez como si formáramos una peonza. Ante nosotros se encontraba un hombre muy pálido, con diversos arañazos en la cara y cortes en los brazos; en su mano derecha sujetaba algo puntiagudo o cortante quizás, pues no podíamos observarlo bien ya que solo llevábamos un par de linternas, las cuales enfocaban a la cara del hombre. Este se echó sobre nosotros, y ese fue el detonante para salir corriendo de aquel lugar y no volver más allí, y así fue, todos salimos corriendo sin mirar atrás.
Siempre en nuestra conciencia quedará la pregunta sin respuesta: ¿Qué fue lo que ocurrió aquella noche cuando nuestra amiga apareció muerta? Y siempre con la duda de qué sucede en la casa del final de la calle.
Esa noche nos marcó a todos, dormíamos menos y hablábamos menos, esto último provoco la separación de la pandilla poco a poco; y el no querer saber nada más de aquel sitio de por vida.