Siguiendo con el ciclo de Halloween, la alumna de 1º de Bachillerato Diana Carolina Paniagua Gómez nos deleita con un relato donde las visiones de un joven lo atormentan, hasta que finalmente descubrimos el motivo de dolor que lo atenaza y le hace ver ciertas imágenes terribles…
EL RECUERDO DE AQUEL DÍA
por Diana Carolina Paniagua Gómez
Estaba oscuro, intentaba decir algo pero no me salían las palabras.
–He vivido con esto desde que era pequeño –dije tras un largo intento.
Cerré los ojos y lo vi, la angustia que no me dejaba decir palabra, me ahogaba por dentro, sentía la agonía y lo oía, sabía que no me dejaría.
Ella me sonreía, me prometía cosas, pero no entendía qué era, se acercaba a mí y cuando me tocaba…
–Buenos días –dijo una alegre voz–, ya es por la mañana –decía mientras me destapaba.
–¿Qué hora es? –Contesté mientras me levantaba.
–Tarde, venga, llegarás tarde a la escuela –exclamó saliendo de la habitación.
Otra vez ese extraño sueño, todos los días igual, no lo entendía, pero me daba dolor de cabeza cada vez que me ponía a darle vueltas al tema, así que simplemente intentaba olvidarlo cada mañana.
Bajé a desayunar, mi madre estaba preparándome las tostadas de cada mañana, por lo que yo mientras me puse a hacer la mochila.
–¿Mamá, has visto mi libro de…? –Dije mientras me giraba a mirarla.
Mi madre no estaba, caminé hacia la encimera y vi las tostadas tiradas en el suelo, me extrañé muchísimo y empecé a llamarla, no sabía qué estaba pasando, caminé hacia el pasillo y vi un rastro rojo, me asusté, se me paró un segundo el corazón, seguí aquella línea de gotas que me llevaba al salón; pasaron mil cosas por mi cabeza en aquel momento y cuando entré allí lo presencié.
Me quedé perplejo y asustado, ella estaba ahorcada y mutilada en el salón, las gotas caían una a una, haciendo una melodía, se apagó la luz de repente, no veía nada. ¿Qué estaba pasando? Se oía una voz, una voz melódica, avisándome, diciéndome que tuviese cuidado, yo cerré los ojos y grité.
–Cariño, ¿qué sucede? –Tocándome el hombro.
Me giré muerto de miedo gritando y vi a mi madre.
–Se te va a enfriar el desayuno –dijo con voz dulce.
La miré fijamente, me volví y estaba todo normal, no había nada allí; mis manos temblaban, pero no quise decirle nada a mi madre sobre lo que había visto y solamente la abracé, pensé que no había dormido bien aquella noche, por esos extraños sueños que no me dejaban tranquila.
Desayuné rápido y salí, no soportaba estar dentro de casa, cogí mi bici y me puse a pedalear dirección al instituto.
Había vivido muchos años en este barrio, creo que fue en primer curso de primaria cuando me mudé, antes vivía en una casa más grande, siempre venían mis amigos a jugar, me acuerdo de que fue en ese entonces cuando me enamoré por primera vez de una niña preciosa, tenía unos ojos que siempre me miraban fijamente, a veces me ponía nervioso aquella intimidante mirada, pero había algo que me gustaba en ella.
Me puse a sonreír y soltar una risa llena de nostalgia recordando aquellos tiempos hasta que una horrible imagen vino a mi cabeza; cuando me di cuenta, estaba en el suelo.
–Llamad a una ambulancia –resonó entre el silencio–, está sangrando.
–¿Qué ha pasado? –Pregunté inquieto–. Llego tarde al instituto.
–Chico, ¿no recuerdas lo que te ha pasado? –Preguntó un anciano mientras me ponía un pañuelo en la frente.
Me dolía mucho por todo el cuerpo, no era capaz de moverme, vi a mi lado mi bicicleta, y entonces me cogieron en una camilla y me metieron en la ambulancia, unos señores empezaron a hacerme preguntas, pero al no entender nada, me empezó a doler la cabeza y fue entonces cuando me desmayé.
–¿Te acuerdas de mí? Sé que no me has olvidado –sonaba en mi cabeza–, sé que lo ves, siempre lo has visto.
–¿Por qué no me ayudaste, por qué? –Alguien gritaba dentro de mí–. Me olvidaste.
Solo oía gritos, ¿quién gritaba? Vi una silueta acercarse a mí, levantaba su brazo y lo ponía en mi hombro, me quedé sin respiración en ese momento, me apreté el cuello intentando liberarme de lo que fuese que no me dejaba respirar, intenté dar aliento pero algo me ahogaba por dentro, empezaba a marearme, y terminé cerrando los ojos.
Cuando me desperté estaba en una camilla del hospital de la ciudad, tenía la muñeca vendada, mi madre entró, empezó a preguntarme si estaba bien, pero en realidad no tenía respuesta, me contó lo que le habían dicho que me había pasado y me ayudó a levantarme, me habían dado el alta, ya que no era grave lo que me había pasado, solo me habían puesto un par de puntos en la barbilla y tenía algunos rasguños en la cara, además de un esguince en la muñeca.
Tras terminar el papeleo, me cambiaron la gasa de la barbilla y nos fuimos. Mi madre me llevó a clase, ya que hoy tenía un examen pendiente, junto con el parte médico me dejó en la puerta y quedamos a una hora para recogerme.
Entré rápido al instituto, en la entrada no había nadie, así que pasé sin firmar el retraso, caminaba por los pasillos, ya estaba todo el mundo en clase, pensé mientras subía las escaleras del primer piso, y me adentré en el ala B del instituto, al final del pasillo vi a una chica rubia caminando hacia las escaleras que acababa de subir, tenía unos bonitos andares y el uniforme le quedaba muy bien, tenía un aire muy dulce, me quedé enamorando, cuando se me cruzó olí su perfume y vi en mi cabeza su imagen, me paré un segundo, me quedé en blanco, la imagen que me vino a la cabeza era de ella muerta.
Me giré corriendo por si era verdad, pero ya había desaparecido.
Me puse a hacer el examen intranquilo, no me quitaba eso de la cabeza, me dolía además mucho todo, no sé qué hacía en el instituto después de todo lo que había sucedido esa mañana.
Terminé rápido el examen y sin decir palabra a nadie salí a la hora exacta a la puerta para que mi madre me llevara a casa, no podía más con el día, solo quería llegar y descansar.
Estaba oscuro, intentaba decir algo pero no me salían las palabras.
–He vivido con esto desde que era pequeño –dije tras un largo intento.
Cerré los ojos y lo vi, la angustia que no me dejaba decir palabra me ahogaba por dentro, sentía la agonía y lo oía, sabía que no me dejaría.
Ella me sonreía, me prometía cosas, pero no entendía qué era, se acercaba a mí y cuando me tocaba…
Otra vez el mismo sueño, pero me levanté extrañado, ¿por qué el otro día vi aquella imagen de esa preciosa chica?, ¿tenía algo que ver con estos sueños?
Salí de casa sin desayunar para llegar temprano al instituto, necesitaba verla, subí las escaleras y me puse a pensar en cuál sería su clase, entré en el ala B como el otro día pero no la vi. Sonó el timbre y tuve que irme a mi clase.
El día se puso lluvioso, y yo estaba nervioso por no haber encontrado a aquella chica, a última hora empezó a diluviar, menos mal que había cogido un paraguas, cuando sonó el timbre, salí rápido de clase, me dirigí al pasillo y entonces la vi, la chica que buscaba estaba en el otro lado del pasillo, caminando tranquilamente con su paraguas y su mochila colgada, me intenté acercar a ella pero cuando levantó la mirada miró a mi lado y se quedó parada, asustada, salió corriendo hacia las escaleras que bajaban por el otro lado del pasillo, corrí hacia ella pero a ella, sin querer girarse, al llegar al primer escalón algo la empujó.
Cayó por las escaleras, con su paraguas en la mano, que a mitad de camino se abrió, y que al llegar al final de las escaleras le atravesó el cuello, intentó decir algo pero ya se había desangrado, me puse a vomitar, no me creía lo que había visto, aquella imagen del otro día, aquel susto inocente que me dio mi cabeza inventándose cosas, había ocurrido.
–Esto es un aviso, pensaba que solo me querías a mí– grito una voz enfadada sonando por todo el pasillo–, hoy te arrepentirás de lo que hiciste.
Salí corriendo de allí asustado, tiré mi paraguas en el pasillo por miedo a que me pasara a mí también lo mismo y salí del instituto mojándome con la lluvia y con mi bici, pedaleé rápido hasta casa, al llegar a la esquina un coche paso rozándome.
–¡Chico, lleva cuidado! –Me gritó el conductor del coche.
Tiré la bici y corrí hacia la puerta, tenía mucho miedo, no se me quitaba la imagen de la chica muerta de la cabeza, abrí la puerta y entré, encendí la luz, pero se volvió a apagar, cogí una linterna entonces, llamaba a mi madre a gritos pero no me contestaba.
–Mamá, por favor, contesta –gritaba llorando –, ¡mamá!
Me temblaba todo el cuerpo, entré al salón esperándome lo peor y la vi otra vez allí colgada, mutilada brutalmente, me acerqué y la toqué, esta vez era real, mi mano estaba llena de su sangre. ¿Por qué todo esto?
–Esto es culpa tuya –dijo algo detrás de mí–, todo es culpa tuya.
Giré la cabeza corriendo
–¿Por qué? –Grité dejándome el aliento en ello.
Me estaba volviendo loco.
–Sufrirás el dolor que siente la gente, la gente que ves morir pero que no salvas –dijo ella acariciándome la cara.
Me quedé perplejo, todos los recuerdos vinieron a mi cabeza, era ella, la tenía delante…
–Kyle, Kyle –dijo Menma –mira qué piedras he cogido.
–Menma –contesté–, son muy bonitas, pero si coges tantas no vamos a poder llevárnoslas.
En ese momento la vi, la vi en mi cabeza, bajando por el río.
Mis ojos empezaron a soltar lágrimas.
–¡Menma, vámonos! –Exclamé preocupado–. Vámonos de aquí.
–¿Qué pasa? –Sonrió–. ¡Es muy divertido!
Su pelo era negro y largo, el flequillo le tapaba casi los ojos pero dejaba entrever sus preciosos ojos verdes, me miraban fijamente, tanto que eran capaces de entrar dentro de mí, no podía seguirle la mirada, pero me seguía llamando la atención, éramos pequeños pero aun así sabía que la quería.
–Voy a coger unas pocas más –dijo mirándome enfadada–, quiero llevarme más para regalárselas a todos.
–No seas idiota, Menma, vámonos –dije inquieto por lo que había pasado por mi cabeza.
La cogí de la mano y tiré, pero al hacerlo le tiré las piedras al suelo, me miró con sus ojos penetrantes con odio y salió corriendo gritando:
–¡Cogeré piedras preciosas para todos, ya verás!
Me sentía mal porque se le cayeran por mi culpa, pero además ya estaba oscureciendo y sólo sabíamos salir de aquel bosque por un pequeño camino por el que solíamos venir todos, me puse a recoger sus piedras, la verdad es que sí eran bonitas, me guardé una y las demás las fui recogiendo, en verdad me gustaba cuando me las regalaba, quería, cuando fuésemos mayores, poder regalare yo una piedra preciosa como las que se daban los mayores en un anillo para demostrarse su amor.
Cuando me di cuenta, había estado un rato soñando despierto, corrí hacia donde se había ido, y pensé lo peor, grité y grité pero no me contestaba.
Vi el río tras unos árboles y cuando me asomé la vi, vi su pelo negro bajando por el río, me quedé paralizado un segundo y asustado salí corriendo.
¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué me dejaste allí?
Abrí los ojos y la vi encima de mí, estaba todo oscuro y lleno de agua y me hundía la cabeza en el agua mientras me gritaba mirándome con aquellos enormes ojos, ahora rojos, que eran capaces de hacerme sentir miedo, terror y sobre todo agonía, me dejaba sin respiración mientras me ahogaba en el recuerdo.
–He vivido con esto desde que era pequeño, lo siento, Menma –dije tras un largo intento.
Cerré los ojos y lo vi, la angustia que no me dejaba decir palabra, me ahogaba por dentro, sentía la agonía y lo oía, sabía que no me dejaría, morí ahogado en el recuerdo de aquel fatal día y el recuerdo de las premoniciones y sueños que no me dejaban vivir tranquilo, ahora viviré eternamente con mi amada Menma sufriendo por todos para toda la eternidad, morí el mismo día que la dejé morir a ella…