Un nuevo texto de este ciclo de Halloween se suma a esta festividad para hacerla un poco más terrorífica. El asesino del espejo, de María José Muñoz Manzanares, de 2º de Bachillerato, en el que se retrata la personalidad de un hombre que sufrió mucho de pequeño y que ahora, de mayor, se encuentra desbordado y poseído por la necesidad de venganza, hasta que decide poner fin a los terribles actos a que esa tendencia le obliga…
EL ASESINO DEL ESPEJO
por Mª José Muñoz Manzanares
Reconocía que tenía un mal carácter, pero últimamente sentía que se le había acentuado. Durante el día experimentaba sensaciones de odio hacia todo el mundo, prefería estar en la más absoluta soledad a tener que pasarlo acompañado de gente que solo le producía malestar y le volvía cada vez más y más agresivo.
Todos los días al llegar a casa se encerraba en su cuarto y allí pasaba la noche en vela imaginando cómo le gustaría aliviar sus instintos reprimidos.
Desde que sufrió aquellos horribles tratos por parte de su padre, no se fiaba de nadie y tendía a alejarse de todo el mundo, sobre todo de su propia familia, a la que detestaba desde entonces. El encarcelamiento de aquel hombre no fue suficiente para él. Lo veía por todas partes, en sus profesores, sus compañeros, incluso en el nuevo esposo de su madre, quien se había convertido en su padrastro.
En un principio pensó que aquella forma de ser acabaría al superar, poco a poco, el mayor trauma de su vida, pero en lugar de esto, tomaba cada vez más fuerza y control sobre él.
Acudió a psicólogos, su madre pidió ayuda de todo tipo para consolar a su hijo, pero este no experimentó ningún tipo de mejora. Incluso se mudaron de ciudad para cambiar de aires y poder comenzar una vida nueva, pero nada era suficiente. Esto supuso que perdiese los pocos amigos que conservaba en su ciudad y que aspirase a una soledad absoluta. Cuando alguien nuevo se acercaba a él, huía al instante por el carácter antisocial al que se adaptó, y de forma voluntaria o no, cayó en la más profunda de las depresiones.
Una noche, mientras dormía, se despertó sobresaltado. De pronto escuchó un fuerte golpe en la casa.
Se levantó confundido cuando aquel golpe volvió a sonar. Procedía del baño de su madre y su nuevo marido. Al entrar a su habitación, le extrañó que ellos no se hubiesen despertado con el estruendoso ruido. Estaba asustado, y su mal humor comenzó a surgir. Una sensación de agobio le inundaba. Al asomarse se encontró con la sorpresa de que todo estaba bien, nada se había roto y todo estaba en orden. Miró el reloj. Eran las 3:33 a.m. Decidió entonces volver a la cama con la intención de conciliar el sueño. Era la primera vez tras muchas noches en vela que conseguía dormirse y descansar un poco.
En el fondo a él no le gustaba ser así. Desde pequeño había sido buen chico, siempre estaba muy feliz y le gustaba mucho estar con su familia y amigos. Pero la paliza que le dio su padre repetidas veces hasta dejarlo inconsciente, lo cambió y le hizo ver que por muy bueno que fuese y por muy bien que actuase frente a los demás no valía para ganarse el amor y respeto del hombre que le había dado la vida, y decidió entonces no merecer nada.
Cuando al fin consiguió dormirse de nuevo, aquel desagradable golpe volvió a escucharse en el baño de su madre y su padrastro. Sin miedo y con decisión de averiguar qué causaba ese sonido, fue corriendo hacia allí. Ellos dormían. El pulso se le aceleró cuando, al encender la luz, encontró el espejo roto con enormes grietas. Entonces se sobresaltó. Tras los trozos del cristal roto, no podía creer lo que veía reflejado. Su padre estaba detrás de él. Se paralizó completamente, no conseguía articular palabra ni mover un solo músculo. Se sorprendió aún más cuando el espejo le mostraba a alguien que empezó a pegar a su padre: puñetazo tras puñetazo, la cara de aquel hombre sangraba y sangraba sin parar. ¿Era todo producto de su imaginación? Viendo esas imágenes sentía una sensación de satisfacción mezclada con miedo. No podía parar de mirar, disfrutaba al ver cómo aquel chico le daba la misma paliza que le había dado a él algún día. Cuando el reflejo mostraba a su padre inconsciente y con una continua pérdida de sangre consiguió ver el rostro del autor. Era él mismo. Comenzó a hiperventilar cuando, al apartar la mirada del espejo, se miró las manos y estaban llenas de sangre. Sobresaltado, se dio la vuelta y encontró a su padrastro en el suelo. No cabía duda, estaba muerto. Él lo había matado. De nuevo, había visto la figura de su padre en otra persona. Y así siguió pasando, su instinto seguiría traicionándole hasta el final de sus días. Sabía que solo había una solución, y decidió ponerla en práctica para evitar hacer más daño a la gente.
Buscó el edificio más alto de la ciudad y maldiciendo al hombre que le había arruinado la vida y le había convertido en lo que ahora era, reunió el valor para lanzarse al vacío.
No sintió miedo, solo odio, pero esta vez, hacia sí mismo.